COMO SE NOMBRAN LOS INDIGENAS




INTRODUCCION
cr e o  q u e  p a r a  t o d o s   l o s   p a d r e s   d e  l a  T i e r r a dar nombre a un hijo es uno de los rituales más importantes de su vida.  Es lo primero que se le da al recién nacido, además del alimento. Cuando los padres piensan el nombre  que le pondrán  a su hijo, en realidad están imaginando  y creando expectativas sobre el futuro del niño o de la niña.
Pensar cómo  se llamará  esa criatura que vive dentro  del vientre de la madre, o que duerme en el regazo de la mujer que la engendró,  provoca, sin duda, una comunicación muy grande entre todos los familiares del niño o de la niña. Así, con la niñez se inicia un nuevo paso y con ello se procura construir un futuro mejor para los recién nacidos y para el mundo.  El nombre implica la pertenencia a un núcleo familiar; con él llevará a la familia dondequiera que vaya y, a su vez, él o ella lo dará a toda su descendencia.
Poner el nombre  a un niño es uno de los rituales con los que algunos padres inician a los hijos en el mundo  actual, en el mundo  de la comunidad,  dentro  de la cultura a la que pertenecen. Realizar un ritual con la comunidad, ya sea en la tribu, en el clan, en la familia o en la iglesia, será poner en manos de todos los mejores deseos para la humanidad.  Con esta sencilla acción se les otorgan a los iniciados los instrumentos que tenemos: los dioses, la fe en ellos, las fuerzas de la naturaleza, la humildad;  lo que los padres tienen y quieren  para sus hijos, lo que cree cada pueblo que les hace falta.
Se les inicia  con agua,  se les pone en la tierra, se les da alimento y consejo; se les pone en manos de los sabios para que les transmitan la historia, les recuerde cuáles han sido los caminos por los que hay que transitar y se les instruya para que cuando  tengan dificultades las solucionen como los antepasados lo hicieron,  y así construyan nuevos caminos acompañados de un vigilante que estará pendiente de ellos, para que no tengan miedo, pues en el nombre  se les da la fuerza.
Los padres ponen  el nombre,  los padrinos lo ratifican, los hijos lo llevan, la comunidad  los reconoce como parte de su pueblo;  todos pertenecen a un gran pueblo. Cuando  los demás pronuncian un nombre identifican quién es ese o esa que responde a sonidos especiales y ven todo lo que  es esa persona; conocen  sus sentimientos, sus actitudes, su fuerza y su debilidad.  Saben, cuando la llaman, que responderá o que sus oídos escucharán todos los significados que le hablan de la naturaleza, de Dios, de sus padres, hermanos, parientes y ancestros. Es por  medio del nombre que el niño reconoce cada parte del universo, lo hace más grande, con él crea su propia historia y reconstruye la historia de su pueblo.
Los nombres expresan parte del mundo —Nasacopac, la tierra sobre la que andamos y trabajamos—, de la naturaleza —Ajaniame, la vida—, del cosmos —Kurikueri, Señor del Fuego— y del universo —Suawaka, estrella fugaz. El nombre   nos da parte de los dioses, de lo humano, de lo universal y de cada uno de los pueblos a los que pertenecemos, es lo que desde antes de nacer somos y lo llevaremos hasta que nos den otro: Iurheni, Amecatzin, Yaitowi, Teohua, Sunu.
 E n   c a d a   u n a   d e   l a s   l e n g u a s  i n d í g e n a s se nombran  colores, sentimientos, adjetivos, plantas, animales, cuerpos de agua, fenómenos naturales, cerros, puntos cardinales, cuevas, sitios sagrados,  seres mitológicos, constelaciones, al sol, a la luna, al rayo, flores, semillas, ceremonias y rituales de los ciclos de vida y los ciclos agrícolas, el crecimiento del maíz, objetos rituales o de uso cotidiano, ritos de curación  y mortuorios, ofrendas, el parentesco y la gastronomía. Todos estos elementos están asociados tanto a las creencias religiosas como a la cotidianidad,  ya que en muchos casos existe una denominación común y otra sagrada para un mismo objeto o ser. Semejante es el caso de los nombres propios; por ello, en este libro mostramos una lista que incluye nombres y apellidos en varias lenguas indígenas, así como  otros vocablos que expresan o describen procesos productivos, naturaleza, sentimientos y características físicas del mundo  de los indígenas.
Como  ya se mencionó,  en el nombre  propio,  la mayoría de las veces, se entreveran las expectativas que la familia y la comunidad han volcado hacia el individuo, lo estigmatizan, lo reconocen y lo incorporan a un sistema de reglas, dando  así por sentado que ese individuo  es responsable, pertenece al grupo y debe cumplir los distintos roles que tendrá que llevar a cabo dentro del ciclo de vida. En ocasiones, una manera de manifestarlo es mediante rituales y ceremonias. Por ejemplo, entre los huicholes se celebra anualmente el Tatei Neixa —el cual se lleva a cabo en temporada de cosecha—, los niños que ya han cumplido  cinco años hacen su primer recorrido simbólico a Wirikuta  y, al terminar  la ceremonia,  son presentados a los dioses y a la comunidad  como ciudadanos. Por su parte, los tarahumaras (rarámuri) celebran el Wekobétame, ritual de fuego mediante el cual se protege a toda la comunidad  —y al niño—  del rayo y de los seres que habitan en el agua, pero también es el momento  en el que se bautiza a los niños, siguiendo la tradición católica, en este caso precedida por el weobeame  (chamuscador), quien será padrino ritual de los bautizados. Similar es la Danza del Fuego, con la que se da la bienvenida  a los niños kumiais (kamia) cuando han cumplido  dos años de edad. Los coras (náayari)
 realizan un mitote en el que presentan ante el sol a los niños pequeños al amanecer del sexto día. Por otro lado, los chatinos (cha’cña) entierran el cordón umbilical en alguna ciénaga y la placenta en un lugar húmedo, como las orillas de un río; ambos son cuidados por el Padre Sol, a quien se le pide cuide y lleve a bien el crecimiento del recién nacido. Todas estas ceremonias tienen un mismo fin, presentar a los niños con los dioses y con la comunidad  e invitarlos a que continúen llevando a cabo el costumbre.
En un gran  número  de pueblos, el individuo,  además de identificarse con un nombre, vive acompañado por un espíritu que corre el riesgo de ser capturado por fuerzas extrañas, por  eso se teme revelar el nombre, el cual se complementa con un apodo o con un término de parentesco. También, existen casos en que no se acostumbra ponerle nombre a un recién nacido por temor de que le sea robado por medios mágicos; será hasta la madurez, cuando pueda defenderse, que se le asigne un nombre.  Entre los lacandones (hach winik) se creía que el establecer inmediatamente un nombre hacía que peligrara la vida del recién nacido, por lo que durante los primeros años de vida le daban un apodo,  como el de Och, que quiere  decir “mapache”. Caso similar es el de los kikapú, donde el “nombrador” o padrino propone  dos nombres al padre del niño; éste elige uno, que será como lo nombre la comunidad, mientras que el otro sólo se usará después de su muerte.
Existen casos en los que cada integrante del pueblo puede tener varios nombres, por lo regular asociados a sueños, a características físicas y sociales, o relacionados con la naturaleza. Hasta hace poco tiempo, los kiliwa (ko’lew) poseían dos nombres: el que usaban en la cotidianidad y otro secreto, que designaba la relación del individuo con algún ancestro. Los huicholes llegan a tener muchos nombres en el transcurso de su vida; cuando nacen, las personas mayores que han soñado con ellos les ponen uno o varios nombres. También pueden adquirir otro relacionado con sus características físicas. Por otro lado, entre los tepehuanos (o’dam) el nombre  se elegía por ciertas características físicas que se manifestaban al andar o reír. También se elegían por algún objeto que les llamara la atención, por ello todavía encontramos nombres como Cielo Estrellado, Coyote Caído, Lluvia Fuerte. En este mismo pueblo existía la creencia de que el nombre tenía que reflejar la personalidad que debería tener el niño al llegar a edad adulta; en el nombre se ponían las esperanzas de lo  que los demás esperaban de él, y así, tenía que ser ágil, inteligente, fuerte, etcétera, según lo dictará su nombre, de lo contrario perdía prestigio ante la tribu y podía defraudar a su familia.
Desde hace muchos años, el uso del santoral y del bautizo católico entre los pueblos es parte de el costumbre indígena. En un principio  se debió a la influencia  de la Iglesia y de la arraigada discriminación hacia las tradiciones de los pueblos. Ahora podemos decir que toda la población indígena lleva, por lo regular, dos nombres que están basados en dos mundos. Por ejemplo:  los seris (con caac), tradicionalmente eligen un nombre relacionado con la naturaleza y otro basado en el santoral católico.  No obstante, existen casos en los que ya no se asigna el nombre tradicional, como sucede entre los jacaltecos, que han perdido el uso de nombres de origen maya y en la actualidad sólo llevan a los recién nacidos a la iglesia para bautizarlos. Por su parte, los triquis acostumbran llevarlo al registro civil y asignarle un nombre del santoral católico. En los últimos años se ha desplazado ligeramente el uso del santoral católico por la práctica de asignar nombres de artistas, personajes de la pantalla chica o grande, personas que conocieron en algún momento,  que leyeron en algún documento. Situación que es más evidente entre los pueblos que están, geográficamente, cercanos a las ciudades, más pendientes de los medios masivos de comunicación, o entre los migrantes que en los lugares de destino conviven con una variedad de costumbres y culturas que les ofrecen muchos nombres diferentes.
Los 62 pueblos indígenas que habitan  en la nación hacen uso de su lengua  y nombran al mundo a través de ella. Cabe mencionar que cada lengua indígena no sólo tiene rasgos culturales del pueblo que la practica, sino también préstamos que devienen de relaciones vecinales, alianzas, desplazamientos y migraciones. Así, entendamos que la lengua representa una larga historia de convivencia diaria con el entorno natural, social, económico  y cultural; es una parte de la memoria histórica del grupo al que representa, es un diálogo entre la historia y la cotidianidad, es una construcción milenaria  de las voces que nombran.

Xóchitl Gálvez Ruiz


PUEBLOS INDÍGENAS, AUTODENOMINACIÓN Y LENGUA

Los pueblos indígenas de México tienen varias denominaciones, producto de las relaciones  interétnicas a lo largo de la historia. Por ejemplo, previo a la llegada de los conquistadores, los nahuas denominaban indistintamente a varios de los pueblos que habitaban  hacia el norte como chichimecas, intensificando sus cualidades de guerreros y discriminado su condición  de pueblos seminómadas; por ello, cuando  los conquistadores se alían con los nahuas durante el proceso de Conquista, los mismos españoles nombraron  de igual forma a todos los pueblos del norte. Con el tiempo, los españoles incursionaron  en la zona y denominaron  a cada uno  de estos pueblos con nombres diferentes, muchos de los cuales provenían de las negativas: no, no hay, no existe, que pames, pimas y mochós, por poner algunos ejemplos, daban a los conquistadores, mientras que cada uno de los pueblos se ha autodenominado independientemente  de cómo lo hagan  los demás pueblos. Por ello es que existen tantas denominaciones para un mismo grupo. De esta manera está pensado el siguiente cuadro, donde aparece el nombre del pueblo,  su autodenominación  y la traducción al español.




LAS VOCES DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS PARA NOMBRAR A LA GENTE
como ya lo mencionamos al inicio del libro,  las voces de los pueblos indígenas de México están relacionadas con la concepción del universo, con la naturaleza y con varias de las prácticas cotidianas y rituales. La mayoría de las voces que aparecen a continuación  se refieren  a estos aspectos, en otras ocasiones, efectivamente, son nombres propios o apellidos comunes en los distintos pueblos indígenas.  En tales casos, aparece (A) para apellidos y (N) para los nombres propios a un lado de la voz indígena. En ocasiones los nombres que se proponen tienen alguna explicación extra, la cual incluimos a pie de página.

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