LO NEGRO DEL NEGRO DURAZO - JOSE GONZALEZ G. parte2



Pleito de Comadres
Yo, Pepe González, cuánto hubiera deseado que ese “detalle” el Negro se lo hubiera hecho a un señor general con toda la barba, como lo fue don Marcelino García Barragán, quien sin más trámites ni formación de causa en ese preciso momento le hubiera pegado un balazo, para que se dejara de bromitas humillantes; y en un descuido, chance y hasta al propio López Portillo le hubiera soltado otro plomazo. Sin embargo, siendo el general Galván López un militar de espada virgen (o sea al que nunca ha estado en combates), pusilánime y falto de carácter, lo único que se le ocurrió para opacar las tres estrellas y el águila del Negro fue inventar que el señor secretario de la Defensa Nacional debía tener cuatro estrellas y un águila. Así, suponía el, iba a diferenciarse claramente del “general Durazo Moreno. Asimismo, Galván López recurrió a un hijo del general García Barragán para que “limara asperezas” con Durazo, ya que, según trascendió en el mundillo de la política nacional, Galván comentó así el incidente: —Se siente de la chingada que el señor Presidente le quite a uno el saludo. El licenciado García Paniagua logró que el Negro fuera a desayunar a la residencia oficial de la Secretaría de la Defensa Nacional, con el fin de dar por terminadas las fricciones, ya que según comentó:—Todos vamos en el mismo tren y servimos al mismo hombre. Para cimentar esa reconciliación, el general Galván López invitó al Negro a la boda de su hija en Chihuahua. Durazo, por supuesto, accedió. Para asistir a dicho acontecimiento, nos trasladamos, como era su costumbre, en uno de los aviones Presidenciales.
Un Trago Negado
Ahí en la ciudad de Chihuahua fungía como comandante del Resguarde Aduanal un viejo amigo del Negro y también mío, apellidado Torres Pita, quien nos recibió en el aeropuerto local. De inmediato nos proporcionó seguridad, vehículos, alojamiento, coca, obviamente “carne para el hambriento” (prostitutas) y todo lo necesario. Con el comandante Torres Pita, el Negro se pasó horas enteras recordando sus tiempos de gandalla. A la hora del banquete en la residencia del general Félix Galván López, nos presentamos Durazo y yo, quedándose afuera Torres Pita con sus gentes para esperar. Hasta ese momento había poca gente en los jardines, donde iba a celebrarse el banquete. El Negro escogió una mesa y se sentó, e inmediatamente me dijo:—Oye cabrón, ya me está haciendo esta chingada cruda. Tráeme un vodka con quina. Fui a la barra, que obviamente estaba atendida por elementos del Ejército, y pedí lo que necesitaba el Negro; pero el encargado me dijo: —Discúlpeme, pero aquí no se sirve nada hasta que llegue el señor secretario de la Defensa. Pero yo insistí:—Hombre no la chingue. El que está solicitando la bebida es el señor director de Policía y Tránsito del Distrito Federal, Invitado especial del señor secretario de la Defensa. A lo que el uniformado me respondió: —Discúlpeme, yo sólo soy tropa y nada más cumplo órdenes. Vea usted al mayor que está en aquel rincón y pídasela a él. En ese momento, el Negro me llamó: Óyeme cabronsísimo, ¿pues qué changados pasa aquí con el cabrón alcohol?
Le expliqué lo que había ocurrido, y me contestó: —Mándalos a chingar a su reputísima madre y dile a Torres Pita que me mando rápido una botella de Wyborowa, unas quinas, unos hielos y unos limones, pero en chinga, que es para ahorita. De inmediato llegó la botella y el servicio solicitado, y procedí a servirle su trago. En ese momento llegaba el general Galván López. Mostrando gran sorpresa al ver que yo, ayudante personal del Negro, le estaba sirviendo a éste su bebida con abastecimiento del exterior, el general Galván le preguntó: “¿Qué pasa, señor director no lo atienden? A lo que respondió Durazo: —No se preocupe, general, que ya mandé a traer mi pomo. El secretario de la Defensa se sentó en la mesa principal y de inmediato mandó llamar al Negro para que lo acompañara en el sitio de honor; Durazo accedió, no sin antes ordenarme: Tráete mi botella, mi quina, mis hielos y mis limones, y sírveme tú exclusivamente de lo que trajimos. Así lo hice hasta que terminó el festejo. El general Galván López estaba bastante molesto; pero así se las gastaba el Negro y así acabó aquella fiesta en Chihuahua.
Otra Trastada del Negro
Otra de las jugarretas que Durazo le hizo al general Galván López con el afán de demostrar su poder, fue el hecho de cambiar al general Montelongo, subdirector de Policía y Tránsito, quien siendo un verdadero militar de carrera, con trayectoria honesta y vida sin tacha, no se podía ajustar a los procedimientos que ya comenzaba a implantar el Negro en la dependencia. Necesitaba sacarlo de la jugada. Por tal motivo inventó ante López Portillo que Montelongo era un traidor que pasaba información a la Secretaría de la Defensa y que se dedicaba exclusivamente a “fiscalizarlo”, por lo que consideraba que no era conveniente mantenerlo en el puesto, López Portillo le dijo: —Mira pinche Negro, vamos a quitarlo, pero para no tener dificultades con el Ejército, escógete otro general de carrera militar. El Negro pensó entonces en el general Navarro, jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea Mexicana, hombre muy adicto al vino, de poco carácter y fácilmente manejable. Durazo lo conocía de tiempo atrás, por lo que, pasando por encima de todos los conductos y barreras oficiales, mandó un oficio al secretario de la Defensa en el que le informaba sobre la bala del general Montelongo y solicitaba en su lugar al general Navarro. Pasándose de gentil o de ingenuo —según quiera verse este caso— ya que no estaba obligado a contestarle a un funcionario de menor nivel, Galván López le comunicó que no era posible acceder a sus deseos, pues la comisión que desempeñaba en esos momentos el general Navarro no podía suspenderse de un día para otro. Esta contestación, que le llegó un sábado, según recuerdo, indignó totalmente al Negro Durazo, por lo que me dijo:—Pinche flaco, te preparas mañana domingo temprano a las siete de la mañana en mi casa, para irnos a ver a López Portillo.
Y precisamente eso fue lo que hicimos. Encontramos al Presidente en los jardines de Los Pinos, vestido de pants y haciendo ejercicio. Y el Negro, abordándolo sin más trámites, le mostró la contestación de Galván López:—Mira mano, estos cabrones se pasan tus órdenes por los güevos. La reacción de López Portillo fue instantánea; muy molesto, llamó a uno de los oficiales del Estado Mayor Presidencial, ordenándole que se volteara. Le pidió al militar su pluma y, apoyándose en su espalda, atravesó todo el oficio con su puño y letra, escribiendo: ¡Esto es una orden! Después puso su firma con tanto coraje que incluso desgarró el papel. Entregándoselo al Negro, le dijo: —A ver si con esto no te hacen caso esos hijos de su chingada madre.
Obviamente, el general Navarro tomó posesión del cargo de subdirector general de Policía y Tránsito, con la consecuencia de que el general de cuatro estrellas, Félix Galván López, tuvo que tragarse su coraje.
Las “Corrientadas” de un Presidente
A propósito de la anécdota anterior, creo que debo añadir algo más sobre lo que yo llamo las “Corrientadas” de López Portillo; se manifestaban sobre todo en relación con el personal de motociclistas que le servía de escolta junto con su chofer personal, Pancho Ramírez, así como con el mayor Efraín de la Concha Gómez, el teniente Abel Romero Avilés y otros de menor jerarquía, a los que permitía todo género de indisciplinas. Por ejemplo, recuerde un acto oficial en el Palacio de Bellas Artes, al que asistí en mi carácter de “protector” del Negro Durazo. Esa vez, al iniciarse la función, los aludidos me dijeron: —Vente, pinche Pepe, vámonos a desayunar, al fin que este acto va a tardar de horas y media; además, estos ojotes del Estado Mayor nos tienen que localizar con oportunidad cuando termine. Hay que aclarar que el Negro Durazo iba a estos actos sólo a dormirse, haciendo el ridículo a lo grande, pues siempre asistía crudo. Yo acepté la invitación y Pancho Ramírez, con la prepotencia que siempre denotaba en su trato con gente del Estado Mayor, le ordenó a los oficiales que cuando el acto estuviera a punto de terminar, lo buscaran en el Sanborn’s de Madero; había dejado el automóvil de López Portillo cerrado con llave y con las motocicletas atravesadas delante de él. Cuando íbamos en camino, alguien le dijo al chofer: —Oye Pancho, el Sanborn’s está repinche, todo sabe a comida gringa; mejor vámonos aquí al mercado y nos echamos unos tacos de buche y de nana, porque yo ahí tengo un cuate que nos atiende a toda madre. Me pasa la onda vamos a los tacos respondió el chofer Presidencial. Por ese motivo, el Estado Mayor Presidencial perdió nuestra pista. Además, por razones imprevistas, el acto en Bellas Artes se acortó casi 45 minutos; así, al salir López Portillo encontró su coche cerrado, las motos atravesadas y todo el Estado Mayor Presidencial haciendo maroma y teatro; estaban tratando de acercarle al “patrón” el vehículo auxiliar con que siempre se cuenta para las contingencias imprevistas. De ese problema salí bien, porque el Negro, siempre solícito, se fue con el Presidente a Los Pinos por su lado; nosotros regresábamos del desayuno y nos dimos cuenta de lo que se había armado; por mi parte reaccioné de inmediato haciéndeme cargo de la escolta de Durazo y nos fuimos a Los Pinos, llevándonos a Pancho Ramírez, que iba con mucho miedo. A pesar de tal contingencia, López Portillo tomó a broma lo que había pasado, hasta que el general Godínez, el jefe del Estado Mayor Presidencial, le dijo muy enojado: Señor Presidente, me va usted a disculpar pero a los señores hay que darlos de bala, porque no le fallaron a José López Portillo, sino al señor Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. Esta aclaración hizo recapacitar a López Portillo, quien conservando hasta el final su detalle de amigo, ordenó: Que Pancho quede suspendido tres meses. Luego se volvió hacia el Negro y le dijo:—A los motociclistas ahí te los concentro, pero trátamelos bien. Ese era nuestro Presidente de la República del pasado sexenio.Otra de las cosas que observé sobre la forma “campechana” y “deportista” en que actuaba López Portillo, era su costumbre de brincar de los camiones descubiertos; en lugar de balarse por la escalera que se colocaba con tal fin, brincaba desde las redilas. Incluso a veces caía sobre mí, apoyándose en mis hombros. También brincaba de los templetes en los actos públicos, aunque algunos tuvieran hasta dos metros y medio de alto, saltando como “karateca” por donde no había escalera; con ello obligaba a los demás dado el servilismo de nuestros políticos— a que lo imitaran, y como no todos tenían la condición física de López Portillo, algunos se causaban roturas de huesos y de costillas, todo esto, con tal de no quedarse atrás de su Presidente.
La Cabaña de la Ignominia
Por este tiempo, Durazo y su esposa, quienes ya habían perdido toda proporción de la realidad debido al poder que tenían y las cantidades tan fabulosas de dinero que ilegalmente estaba recibiendo el Negro, tuvieron como un detalle chusco la ocurrencia de comprar unos terrenos ejidales en la parte más alta del Ajusco. Su propósito era hacer una Cabaña tipo los Alpes suizos, complemento perfecto de su “casita” del kilómetro 23.5 de la carretera federal a Cuernavaca. Lo que sea de cada quien, para tal efecto el Negro les pagó a los ejidatarios más de lo que valían sus terrenos, y para evitarse problemas posteriores y cuidarse las espaldas, los involucró en sus “tranzas” Les decía: —Mire don Chón mire don Juan, ya le pagué su terrenito muy bien; pero además, ¿tiene usted un hijo o una hija? Qué bueno, porque se lo voy a dar de alta en la policía, nomás para que vaya a cobrar.
Por razones naturales, todos aceptaban, pero a la cuarta o quinta quincena el Negro llamaba a los ejidatarios y Ies decía con su característica “gandallez”:—Mire den Fulano, o mire den Zutano, no me vaya a armar pedo con sus terrenitos, porque sus hijos están cometiendo un delito al haber cobrado un sueldo del gobierno sin trabajar, y en cualquier momento yo se los mando al Reclusorio. Y esto se lo digo nomás por si algún día quiere usted dejar de ser mi cuate. Lógicamente, esa pobre gente impreparada, sin apoyo ni auxilio, tenía que aceptar tal situación sin quejarse. Una vez adquiridos los terrenos, recuerde que el Negro Durazo, su esposa Silvia, el arquitecto Vázquez —en ese tiempo jefe de la Oficina de Seguridad Urbana de la DGPT—, sus asesores y yo, fuimos a caballo para reconocer el terreno donde se iba a iniciar la construcción de la mentada Cabaña. La señora, con esos complejos de arquitecta que para entonces ya tenía muy arraigados, puesto que la “casita” del kilómetro 23.5 tenía obras en construcción por miles de millones de pesos —casino, hipódromo, discoteca, lagos artificiales, cortijo, etcétera—, se puso a indicar cuál sería la distribución de su Cabaña. Durazo le dijo al arquitecto Vázquez: —A ver cabrón, ¿cuánta gente necesitas?
—Señor, pues para el tiempo en que quiere la señora que se termine (unos ocho meses), necesito mínimo 150 trabajadores.
—Para mañana, tienes aquí 650 policías. —Perfecto, mi general —le dijo el arquitecto, y agregó:—Entonces, ¿dónde quiere usted la carretera, para iniciar la brecha y poder subir el material? Debo aclarar que la carretera más próxima a los terrenos de la Cabaña está a casi un kilómetro de distancia. Pero la señora Durazo intervino:¡No, no, no arquitecto! Yo aquí no quiero carretera porque donde hay carretera todo se llena de “humanos”. Entonces el arquitecto aclaró: —Señora, ¿es que no sabe usted la cantidad de material que tenemos que subir aquí para hacer lo construcción? Al no haber carretera, se tendrá que subir a lomo de humano.
—Eso a mí me importa una chingada, para eso le pusieron 650 cabrones, ¡ese es su problema! El inicio de la obra me hizo evocar las pirámides de Egipto; había que ver las largas filas de policías cargando los diferentes y pesadísimos materiales para la construcción de la Cabaña. Era una hilera interminable de policías pagados por el gobierno mexicano —con nuestros impuestos—, descuidando la seguridad de la ciudadanía; ellos hacían las veces de los esclavos que trabajaron hasta desfallecer para sus amos egipcios. Sólo que ahora los policías debían llevar su propia comida, y la única atención que se les daba, consistía en que eran llevados y traídos por los transportes del Departamento; con esto se ocasionaba otro gran problema, ya que la gendarmería necesitaba de transportes para servicios oficiales en manifestaciones, desfiles, actos cívicos, etcétera. Por oso, tenían que requisarse camiones de pasajeros de las líneas urbanas, con los consiguientes perjuicios para la ciudadanía. Y lógicamente, el Negro no les  pagaba ni un centavo de su bolsillo, ya que las requisas a base de igualas las tenía que pagar el DDF. Esos trabajadores policías albañiles, a pesar de sentirse degradados, molestos y minimizados por su situación, no podían reclamar, porque al que se quejaba, el omnipotente Negro lo perjudicaba; a unos los mandaba a cuidar lumbreras a los cerros o a los llanos, y a otros les inventaba delitos, para consignarlos o darlos de bala. Para cumplir estas órdenes contaba con la servil colaboración de Pancho Sahagún Baca. Otra cosa que molestaba a ese personal, era que la señora de Durazo no les festejaba el Día del Policía (22 de diciembre) sino el Día de los Albañiles (3 de mayo). Muchos de ellos me comentaron:—Mi jefe, no somos albañiles, nosotros somos policías. Pero eso sí, les tocaba su barbacoa, sus camitas y una cerveza por cabeza. Lo que además era pagado por algún jefe de área de la Policía, pues el Negro no pagaba de su bolsa ni un sólo centavo. Ya para terminarse la Cabaña, y al no ser necesario un número tan elevado de trabajadores, mandaron aproximadamente a 150 a Zihuatanejo, para la construcción del ya famosísimo 1”Partenón”. Los demás continuaron con las fastuosas obras de la casa del kilómetro 23.5, que como acabo de decir se encuentra a un kilómetro de la carretera federal. Se nota muy claramente la entrada porque la carretera que construyó el Negro para Llegar a su mansión es casi del doble de ancho que la federal, y Además tiene un gran letrero, que dice “Kilómetro 23 y medio”, puesto ahí para que se orientaran sus invitados. La construcción de la Cabaña, duró poco más de ocho meses. Para decorarla, se “importaron” todos los motivos interiores de una auténtica cabaña de los Alpes suizos, los que conservadoramente considero costaron más de 100 millones de pesos —de los anteriores a las dos devaluaciones López portillístas.
El Primer Invitado a la Cabaña
Una vez terminada la Cabaña, y antes de que los “humanos” osaran poner sus vulgares pies en ese lugar, el primer Invitado fue López Portillo, al que obviamente hubo que trasladar en helicóptero único medio de transporte por carecerse de carretera; Cuando el Presidente vio la construcción, se quedó perplejo y le dijo a Durazo: —Pinche Negro, te volaste la barda. Hazme una igual, no seas hijo de tu chingada madre. Casi inmediatamente, el Negro dio principio a la construcción de la tristemente célebre “Colina del Perro Negro”, que ya terminada dejó muy atrás al fastuoso “Partenón” de Zihuatanejo. Cabe mencionar que cuando al Negro Durazo se le pegaba su real gana llevaba a José López Portillo y a su hijo José Ramón a practicar tiro en su casa del kilómetro 23.5; en ese entonces, aún no construían las bardas que limitan la propiedad. Mientras tiraba, el Negro le decía:—Ya verás, Pepe, cómo voy a dejar este pinche terreno, porque tengo pensado que cuando nadie te recoja por ahí, tú puedas vivir en el lugar más lujoso de México. El Presidente siempre lo animaba. ¡Y Durazo cumplió! Porque con el procedimiento usual adquirió una mayor extensión de terreno, y a base de sus malas artes con los ejidatarios, construyó inmediatamente después de lo que era su casa un casino con sala de juegos, alberca interior y discotheque; por cierto que como a su hijo Yoyo, en un viaje que hizo a Nueva York le gustó el famoso “Studio 54”, el Negro ordenó a su personal que fuera a comprar réplicas exactas de todos los aparatos electrónicos y luces de la discotheque para instalarlos en su casino. El costo, según recuerde, fue de 58 millones de pesos, al tipo de cambio de ese tiempo. Aparte de lo anterior, la casa del kilómetro 23.5 comprende las caballerizas, el cortijo, canchas deportivas, galgódromo ,hipódromo, y otras lujosas instalaciones, tal y como acertadamente las describió la revista Proceso que dirige el señor Julio Scherer García (según reportajes descritos por Andrés Campuzano, Ignacio Ramírez, y Miguel Cabildo en el número 351, del 25 de julio de 1983).Como complemento a esa información, me permito añadir algunos otros detalles: Por mediación de López Portillo y no obstante su carácter de simple director dependiente del Departamento del Distrito Federal —jerárquicamente estaba por debajo del oficial mayor, del contralor general, de los secretarios de gobierno, del tesorero y, por razón natural, del regente—, Durazo Moreno manejaba el presupuesto íntegro de la Policía para usarlo de la manera que él consideraba pertinente. Con esa cantidad de miles de millones de pesos, además de sus “extras”, el Negro Durazo logró estas “proezas”:Nunca volvió a proporcionar refacciones, lian ipst aceites, combustibles (reducidos), aditivos y demás a las” unidades de servicio como patrullas, camionetas, motos, grúas, etcétera; la orden para el personal que utilizaba todo esto era:—Si quieres patrulla, para “trabajar” en la calle (léase extorsionar), tu tendrás que pagar todos tus gastos. Tampoco se entregaron dos uniformes por año, como era costumbre; además un uniforme constaba de zapatos, corbata, calcetines y fornituras. Por ese motivo, siempre fue público y notorio que en la calle, los uniformados parecían vestidos de “chile, de dulce y de manteca”, pues cada quien se compraba lo que podía. Debían comprar también sus placas y herrajes, lo mismo que sus credenciales, y todo esto lo cobraba Durazo del presupuesto para la Policía. Así mismo, le tenían que devolver el dinero de aproximadamente 1 000 vacantes de sueldos, para que él los aplicara donde se le ocurriera; además dejaba un promedio de 2 000 vacantes pendientes de bala, cuyo trámite no llegaba a la oficina de personal del DDF y obviamente los sobres con esos emolumentos seguían llegando a la DGPT, como si el personal estuviera activo. En este caso, la Dirección Administrativa de la propia Dirección destacaba personal exclusivo con el fin de seleccionar el dinero y clasificarlo. Era una cantidad que conservadoramente, calculando a 10 000 pesos por sobre de 2 000 elementos, arroja una cifra de 20 millones de pesos mensuales; y eso el director del DGPT lo utilizaba nada más para sus “chuchulucos”, o sea, para sus gastos menores. También tenía un medio muy eficaz para disponer de dinero destinado a “gastos imprevistos”; cuando de momento no había efectivo, ordenaba que por los vales de gasolina para las unidades, que podían ser de 20 o 30 litros por turno, las gasolineras no despacharan más de 15 o 20, según el caso. Y que los cinco o diez litros restantes, se los entregaran en efectivo. Si usted multiplica por 3,800 vehículos aproximadamente, en tres turnos diarios, averiguar; la fabulosa cantidad que se embolsaba el Negro ladrón para atender sus “imprevistos”. Es decir a razón de siete litros promedio por vehículo tenemos un humilde ingreso diario de 332 00 pesos; y por mes, de 15 millones 960 mil pesos. ¿Cuánto le dejaba al año?
Por otra parte, y hablando de los centenarios que recibía cada quincena, había órdenes ya establecidas de que tanto la Policía Auxiliar como la Sanearía, jefes de áreas y directores, le llevaran su “entre” quincenal en oro o dólares; nunca aceptaba billetes mexicanos ni cheques. ¿Las cantidades? Mentiría si diera cifras pretendidamente exactas, pero puede asegurar que quincenalmente y en forma muy discreta, acompañado sólo por su chofer y yo, balábamos tres maletas de viaje —de las grandes a la cajuela de su automóvil, y nos trasladábamos a la casa matriz del Banco de Comercio, en cuyo sótano nos estaba esperando el hijo de don Manuel Espinosa Iglesias; acompaña de de este personaje y de varios policías bancarios el Negro subía con sus maletas por el elevador privado. El chofer y yo nos quedábamos esperándolo en el sótano. En esas ocasiones, y porque lo presumido nunca se le ha quitado, el Negro, al subirse al auto con las maletas, me decía:—Mira pinche flaco, aprende hijo de tu chingada madre. ¿Cuántos años te has jodido y no tienes ni en dónde caerte muerto? Yo en cambio, ya soy accionista principal de este pinche changarlo y no se los compro completo porque sería mucha pinche ostentación. Por otra parte, volviendo a la información de la citada revista Proceso, y con todo el respeto que el escultor Ponzanelli me merece, yo fui testigo cuando personalmente él le iba a ofrecer sus obras, e incluso le hizo un busto para ponerlo en el centro de un museo que llevaba su nombre en Cumpas, Sonora; Durazo se las compraba por decenas, y ordenaba que se las pagara, en mi presencia, el entonces director de Servicios Administrativos de la DGPT, Carlos Castañeda Mayoral. Tocante al calificativo de “ignorante” que aplica a Durazo el afamado Ponzanelli, le dey todo mi crédito y respaldo.
Las Fiestas de la Cabaña
Las fiestas en la Cabaña se iniciaban normalmente los fines de semana y duraban hasta el domingo en la noche; con el fin de transportar invitados de la casa del kilómetro 23.km a la réplica de chalet suizo, se usaban des helicópteros de la policía pues, tomo ya dije, no había camino alguno para llegar a dicho lugar. El número de invitados oscilaba entre 200 a 300 personas.La Cabaña no cuenta con cocina, porque la señora Durazo opinaba que donde hay cocina todo huele a grasa; por tal motivo, se colocaron en el exterior grandes parrillas, asaderos de carne y mesas campestres, a fin de preparar ahí todo lo necesario; por otra parte, las viandas, incluyendo las bebidas (todas de importación), eran adquiridas y pagadas por algún jefe de Arca mediante desembolsos que se “rolaban” entre todos sus subordinados. El personal para atender a los invitados —cocineros, meseros, garroteros y demás gente de servicio— estaba enteramente formada por elementos de la policía que trabajan en el Servicio de Alimentación de la Brigada de Granaderos, a cuyo frente se encontraba la mayor Guillermina Martínez de Ijar. Como detalle chusco, citaré lo que algunos de estos elementos me llegaron a comentar: Jefe, si hay fiesta en la Cabaña, prefiero cortarme las venas. Y es que ellos no tenían la suerte de subir en helicóptero para llevar todos los implementos indispensables para dar servicio (platos, peroles, manteles, cuchillería, etcétera), sino que cubrían a pie el kilómetro de cerro para llegar a su objetivo. Posteriormente, una vez terminado el festejo, a eso de las tres o cuatro de la mañana, sólo quedaban en la Cabaña personas de mucha confianza. Entonces me llamaba el Negro y me ordenaba:—Oye pinche flaco, ya retira al personal y mañana nos vemos a las siete. Arregla lo de la seguridad. Esto último consistía en rodear materialmente el cerro con elementos del Regimiento Montado de la Policía, armado con metralletas. Así las cosas, se iniciaba el regreso del personal completamente a oscuras y lógicamente había lastimados por caídas, ya que en los alrededores se carece de luz eléctrico, no así en la Cabaña. A este respecto, cabo aclarar que so instaló una línea de más de 100 postes para conducir la corriente eléctrica; todo esto obviamente se pagó del presupuesto de la DGPT. Al día siguiente, y previas órdenes que por radio me daba Durazo, se volvía a iniciar la heroica peregrinación de los muchachos cargando a lomo pancita, chilaquiles y todo lo necesario para “curar” una “cruda”. A mediodía se repetía la carne asada, barbacoa, carnitas y tamales, el platillo favorito de la señora Durazo, así como un tipo especial de pasteles de “El Globo”; porque hay que agregar que cada fin de semana llegaban a la casa del señor 40 charolas de pasteles y entre ellas había una clase especial que le fascinaba a la señora; de ésos no llegaban más de cinco o seis. Esto me recuerda que en una de tantas fiestas los invitados se comieron precisamente esos pasteles destinados al consumo exclusivo de la señora; quienes lo hicieron ignoraban el tremendo problema en que estaban metiendo al personal de servicio, pues cuando ella se dio cuenta de que sus pasteles se habían “esfumado”, me llamó y me dijo:—Mire Pepe, en cuanto termine la fiesta, se lleva usted a los meseros a los separos, porque estos cabrones nomás por chingarme se tragaron mis pasteles. A mí no me quedó más remedio que cumplir las órdenes, ratificadas por el Negro, y siete inocentes policías del Servicio de Alimentación se echaron quince días en los separos, a pesar de que ellos me confiaron:—Mire jefe, cómo cree que nosotros nos íbamos a comer los pasteles que sabemos que le gustan a la señora. Lo que pasó fue que los invitados se los comieron, y ya ve usted la clase de cabrones invitados que tiene el jefe Durazo; y si según la señora, nos manda 15 días a los separos por comemos los pasteles, si algún Invitado le dice que se los negamos, nos cuelga de los güevos.Cabe mencionar que a la casa de Durazo todo lo comestible llegaba en cantidades industriales: piernas de jamón serrano español, quesos holandeses y de todos tipos, caviar, conservas, mazapanes, ultramarinos y demás, a tal grado que se echaban a perder al no consumirse; pero ni Durazo ni su esposa permitían que se tirara nada, hasta que efectivamente estuvieran las cosas en perfecto Estado de descomposición. ¿Cómo no se les ocurrió, con esas grandes cantidades de alimentos, socorrer a toda la pobre gente que vivía a sus alrededores? Se acumulaba tanta comida que había cuatro congeladoras gigantescas; y cuando llegaban los pavos de Navidad nos encontrábamos con el problema de que los refrigeradores todavía estaban repletos de los pavos de la Navidad anterior. Hasta que los alimentos estaban totalmente agusanados era cuando los señores se decidían a tirarlos, sin socorrer a hospicios, asilos o casas de asistencia que tanto los necesitaban. Los Durazo eran tan miserables que al personal la estaba prohibido pedir una taza de café, y todos teníamos que llevar a su casa nuestros propios alimentos. ¡Cuidado con que un mesero llevara comida al personal de vigilancia! El responsable era sancionado severamente y confinado en los separos por tiempo largo. Las fiestas se realizaban cada fin de semana, y a ellas asistían personalidades como el licenciado Salvador Martínez Rojas, en ese tiempo presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal; Antonio Lukini Mercado, jefe de la Oficina de Licencias y administrador de algunos negocios del Negro; Arturo Marbán, director operativo; Pancho Sahagún Baca, director de la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia; Carlos Castañeda Mayoral, director administrativo; también llego a asistir el presidente de la Yamaha, de Japón, de la que el Negro es uno de los accionistas mayoritarios; Andrés Ramírez Maldonado, al que nombró coronel y director de los Servicios al Público, pero que en su vida privada fue hotelero, lenón y traficante de drogas (incluso, estando en funciones fue ejecutado por la mafia en San Antonio, Texas, y Durazo lo hizo enterrar en la ciudad de México, rindiéndole honores como a los policías que mueren en el cumplimiento de su deber); Isidro Valdés Norato, quien antecedió en el cargo a Ramírez Maldonado y al que ya entonces Durazo había degradado como jefe de peritos de vehículos; Gastón Alegre López, abogado establecido en Montreal, Canadá, y especializado en negociar ciertas situaciones jurídicas de país a país, y además dueño ancestral de casi todos los terrenos del Ajusco; Alejo Peralta, a cuyo hijo, el Negro, por atención al padre, nombró capitán y piloto para que atendiera exclusivamente los teléfonos de sus coches; Pablo Fontanet, con quien hizo la gran “tranza” del panteón Mausoleos del Ángel, y de cuyas ganancias iniciaron el proyecto de Reino Aventura; además de otras personas de menor importancia. Como ya dije, la decoración de la Cabaña se realizó de acuerdo con los gustos de la señora, y por conducto del arquitecto Carreño, que era su decorador personal, se trajeron en avión desde Suiza los materiales, cuyo costo considero superior a los 100 millones de pesos; era importante para los Durazo que el sitio tuviera toda la ambientación alpina que tanto les fascinaba; y recuérdese que la Cabaña estaba en el sitio más alto del Ajusco.
IV
“Los Manejos de Durazo“
Para tener control absoluto del presupuesto que ya el Negro Durazo manejaba íntegramente, pues el profesor Hank González se lo había entregado por órdenes de López Portillo, el profesor Molina, su secretario particular, hombre muy audaz, le sugirió: Señor, para que usted pueda manejar el presupuesto a su antojo, necesitamos legalmente al aval de la Contraloría General del DDF. Y lo primero que debe usted hacer es remover al actual contralor general, Salvador Mondragón Rodríguez, porque esto no se va a ajustar a nuestras situaciones, y tratar de que en su lugar quede el sub contralor, Jaime Porter Samanillo; creo que si usted le avienta a Porter un “disparo” de cuatro o cinco millones de pesos para empezar, va agarrar la pichada y se va a prestar para lo que usted mande. —Primero voy a calar a Porter Samanillo —dijo Durazo. Y lo citó discretamente para desayunar en la DGPT. Le pidió que le diera de bala cosas que no se habían comprado, pero que se habían pagado, según facturas; y efectivamente, le dio un “disparo” de adelanto en mi presencia, diciéndole: Toma, autorízame esto otro, porque me cae en los güevos que gentes como tú, tan serviciales, andan tan jodidas. Por lo pronto, voy pagándote este favor; toma estos centavos —y le dio en dólares el equivalente a cinco millones de pesos, ya que, como aclaré, no le gustaba manejar moneda nacional—. Porque además —agregó—, para demostrarte mi estimación, quiero que usando tu puesto me consigas documentación en la que esté involucrado tu jefe, Salvador Mondragón Rodríguez y el profesor Hank González; y el día que la tengas, sin importarte la hora, me lo comunicas para que de inmediato te lleve yo con el señor Presidente. Y si tú cumples lo que te estoy pidiendo, te puede asegurar que en ese preciso momento vas a ser el contralor general del DDF. ¿Cumpliría el Negro con la promesa? La tarde del día siguiente, mientras Durazo descansaba en su privado, recibí una llamada. Era Porter Samanillo:—Despiértelo “Güero”, porque esto es muy urgente.
—Discúlpeme señor Porter, pero ya sabe usted que cuando el jefe se acuesta sólo se le molesta si lo llama el señor Presidente de la República.—Alabo su apego a las órdenes del jefe, pero le garantizo que hasta lo va a felicitar si usted lo despierta ahorita porque yo tengo órdenes de él muy especiales al respecto. En vista de lo anterior, entré al privado de Durazo y lo desperté:—Disculpe señor, pero el señor Porter insiste en hablar con usted para una cosa muy urgente.—Pásame la llamada— dijo el Negro.
Y esto fue lo que alcancé a escuchar: —Muy bien Jaime te felicito; mañana te espero en mi casa del 23.5 a las siete de la mañana. Vas a conocer al señor Presidente de la República y te garantizo además que de Los Pinos sales nombrado contralor general del Departamento. Tal como el Negro se lo prometió, Porter estuvo en dicho puesto los últimos cuatro años del sexenio. Cuando Porter tomó posesión, le asignó a la DGPT dos “valiosos”  elementos: Abraham González Castañeda y Francisco Cuevas Días, ambos contadores; el primero estaba ahí para avalar los desmedidos gastos del Negro y el segundo para dar de baja lo que a su juicio ya no funcionara en la DGPT. Con esto el señor director Durazo lograba, por ejemplo, lo siguiente: Factura: ocho millones de pesos. Concepto: platos y cubiertos para el servicio de alimentación de la DGPT. Avala el gasto: Abraham González Castañeda. Á los cinco días los trastos se daban “de baja” por inservibles. Avalaba la baja: Francisco Cuevas Díaz. Por supuesto, lo comprado físicamente nunca existía, o sea que sólo se manejaba el papeleo y los policías seguían comiendo sin platos ni cubiertos. Igualmente se negociaba con peroles, estufas y otros utensilios, y lo mismo pasaba con las llantas de las patrullas, aceites, aditivos, acumuladores, uniformes, zapatos, gorras, camisas, corbatas, insignias, etcétera. Por eso, el Negro se daba el lujo de alardear; recuérdese aquel mencionado reportaje de la revista Proceso, donde llegó a decir con cinismo: “Que me hagan las auditorías que quieran”. Sabía a la que se atenía, pues estaba seguro que con ese procedimiento tendría que salir bien librado.
Ladrón que Roba a Ladrón
Para controlar las entradas ilícitas del dinero proveniente del presupuesto, Durazo lógicamente debía tener gente de confianza; así que al primer director administrativo que designó para organizar sus maniobras ilícitas fue a su cuñado Federico Garza Sáenz. Durazo lo coloco respondiendo a las “sugerencias” de su esposa, pues ella quería estar siempre enterada de las entradas ilícitas de dinero. En principio, Garza Sáenz le funcionó al Negro; pero al enterarse el cuñadito de las cantidades exorbitantes que se manejaban, inició por su cuenta robos contra el “patrimonio” de Durazo; así pude comprarse una Isla en Zihuatanejo, Guerrero, y se convirtió en vecino del general Durazo, por aquello del “Partenón”. En el centro de la isla, que tuvo un costo superior a los 500 millones de pesos, construyó un restaurante a todo lujo. Sin embargo, el restaurante nunca entró en funciones, porque el Negro se dio cuenta de que “le estaban dando machetazo a caballo de espadas”, y de inmediato suspendió a su cuñado, con el consiguiente escándalo familiar. Durazo lo sustituyó con su íntimo amigo, Carlos Castañeda Mayoral, sedicente licenciado, quien durante muchos años fungió en la Procuraduría General de la República como jefe de personal, y con quien lo ligaban nexos ilícitos, incluso a nivel de mafia: drogas, trata de blancas, contrabando, etcétera. Con este individuo aumentaron las entradas de dinero, porque era capaz para su negocio y sabía manejar muchos recursos ilícitos disfrazándolos de legales; pero además, sabía lo que al Negro le gustaba: lo halagaba a tal grado que caía en las situaciones más absurdas y grotescas. Por ejemplo, le pagaba a un tal teniente Nieto para que fuera a Estados Unidos a traerle al Negro cigarrillos de marcas extrañas o clamatos (jugo de tomate con concentrado de ostión y almeja) para Bloody Maries que yo irremediablemente tenía que prepararle; a propósito de este detalle, yo quedé muy bien con José Ramón López Portillo al prepararle sus tragos, sólo que éste se los tomaba sin vodka. Por cierto que pata no molestar al Negro, Castañeda Mayoral le llenaba todos los sillones de su despacho con “altas” de elementos que ingresaban constantemente a la policía para que las firmara; eran auténticos regalos que en un momento dado podían sumar hasta 1 000 policías en funciones, quienes en tanto no tuvieran firmados sus papeles, no podían cobrar su sueldo. Y como a veces la firma se tardaba hasta tres o cuatro meses, no había forma de que pudieran cobrar sus salarios. Castañeda sólo se concretaba a preguntarle: —Patroncito, ¿no me firma? El Negro, invariablemente le contestaba;—No estés chingando, hijo de tu chingada madre. Durazo no acostumbraba delegar la firma (ocho por cada expediente), porque pensaba que si les dejaba a otros el trámite no le iban a dar participación de la tranza de dichas “altas”, pues partía de la base de que todo ahí tenía un precio, Para halagar a Durazo cuando supo Castañeda Mayoral que una señora llamada Lidia Murrieta Encinos se le había “metido” bien al Negro, aprovechó que éste tenía grandes dificultades con su esposa Silvia (duraron separados como año y medio) y le propuso:—Vamos a hacerle una casa a la muchacha para que llegue usted a gusto. El Negro accedió, y compró inmediatamente y al contado —30 millones de pesos— la casa que está enclavada en la calle de Fuente bella número 54, en la colonia Fuentes del Pedregal, frente al Pedregal de San Ángel.
Al principio, la señora Murrieta era una persona dócil qué por todos los medios trataba de congraciarse con el Negro; pero al sentir que olla podría ser la número uno, perdió la proporción de las cosas, y como sabía que existía la orden de que se le atendiera en todo lo que quisiera, usó una clave para hacer todas los peticiones de sus gastos a la DGPT; así que llamaba por teléfono y decía:
—Habla el ingeniero Murrieta. Castañeda Mayoral le había asignado dos arquitectos para verificar la remodelación de su casa. Se trataba de Juan José Díaz Infante y Alfredo Hernández, quienes hicieron gastos por 28 millones de pesos sólo en adaptaciones; y todos los muebles, a petición de la Murrieta, fueron adquiridos en Francia e introducidos a México por vía marítima y a través del Puerto de Coatzacoalcos, donde era administrador aduanal Sigfredo Durazo Moreno, hermano mayor del Negro. Distrayendo a su jefe con este “pasatiempo”, Castañeda Mayoral también se fue sobre los bienes, y en tan sólo ocho meses se construyó dos casas con valor muy superior a los 40 millones de pesos, sin contar los muebles. En esas casas albergaba a sus dos “frentes”; una de ellas estaba en Tecamachalco y la otra en Fuente luna, de la misma colonia Fuentes del Pedregal. Fue entonces cuando el Negro se percató de que este sujeto lo estaba traicionando, por lo que le ordeno hacer la investigación correspondiente y pudo comprobar también otros hechos. Efectivamente, las dos casas tenían el costo que mencioné, pero ya amuebladas superaban los 50 millones de pesos cada una. Además logré comprobar que independientemente de sus casas “uno” y “dos”, Castañeda Mayoral tenía la “tres”, pues había “adoptado” a la artista brasileña Gina Montes, a quien le puso inmediatamente un departamento con renta mensual de 50 000 pesos en las calles de Eugenia 701, interior 502, de la colonia del Valle. Aparte, se le pagaban otros 50000 pesos por el uso del teléfono, ya que ella acostumbraba hablar a Brasil a su mamita para saludarla; también le compraba un fastuoso vestuario para sus actuaciones (cada vestido sobrepasaba los 100 000 pesos) y le firmaba sus cuentas en el centro nocturno donde trabajaba, “El Marraquesh”, para que ella quedara bien con los periodistas de la fuente o con sus amistades. Todas las noches, invariablemente, Castañeda Mayoral iba por ella, llevando a dos o tres invitados y con todos ellos se gastaba diariamente un promedio de 100 000 pesos, según las notas. Este dinero lo robaba directamente de las entradas de Durazo, por lo cual, una vez verificado todo lo anterior, fue cesado. También se le comprobó a Castañeda Mayoral que en la nómina de honorarios, con sueldos mínimos de 40 000 a 50 000 pesos mensuales, había incluido a sus dos esposas y a sus hijos (tres y uno, cuatro por todos), permitiendo también que su segundo de a bordo, José Luis Echeverría, agregara en la misma nómina a su esposa, hermano, papá, y tío; además, con lo que le tocaba de las tranzas, en cinco meses ya se había edificado una casa de tres niveles en el kilómetro 23 de la Carretera México Cuernavaca, (a medio kilómetro de la que tenía el Negro) cuyo costo en un cálculo conservador era de 15 millones de pesos, sin contar el mobiliario. Asimismo, Castañeda Mayoral había permitido al teniente coronel Alberto Paz Martínez, jefe de la oficina de vehículos oficiales, cometer irregularidades con la gasolina: hacía efectivos los vales de vehículos pendientes de baja, lo cual representaba más de 300 millones de pesos anuales. También le permitía a Echeverría y Paz, atrasar hasta un mes los pagos a las gasolineras, permitiéndoles “jinetear” cantidades fabulosas que depositaban en el banco a plazo fijo. Para saber a cuánto ascendían hay que multiplicar 60 litros diarios por aproximadamente 3 800 unidades, lo que dará un total cercano a los 82 millones de pesos mensuales, tomando en cuenta que la gasolina en ese tiempo costaba 12 pesos por litro. ¿Qué cantidades tan estratosféricas robaría Durazo, que todas esas fugas las detectó hasta después de un año, cuando hice la investigación? En cuanto quedaron debidamente comprobados estos hechos. Lo único que ordeno Durazo fue la baja inmediata de Carlos Castañeda Mayoral, José Luis Echeverría, Alberto Paz Martínez y el personal menor allegado a los tres. El asunto había trascendido a los alias esfera; políticas, y concretamente a la Secretaría de Programación y Presupuesto Sin embargo, el Negro delegó el ofrecimiento del nefasto Pancho Sahagún Baca, quien de inmediato le había propuesto servilmente:—Patrón, usted nomás me ordena y mañana los quiebro. Durazo tuvo que recurrir nuevamente a la gente que ya estaba identificada con el sistema que él usaba para robarse el presupuesto, y a instancias de la señora Garza de Durazo, hizo reaparecer a su cuñado al que ya había corrido por rata. Así fue como Federico Garza Sáenz volvió a hacer de las suyas en los pocos meses que faltaban para entregar la administración los del nuevo sexenio; concretamente, vendió las últimas plazas de jefes, cuyos costos eran, de capitán a mayor, de 500 000 pesos; de mayor a teniente coronel, de 100 000 pesos; y de teniente coronel a coronel, de 1 500 000 pesos. Cabe señalar que Castañeda Mayoral participó en un estudio que hizo Durazo con el fin de que le aprobaran 600 millones de pesos para la reconstrucción del edificio de la DGPT; pero dicha cantidad únicamente se usó para construir unas barracas junto al primer templo que edificaron los españoles en México: la iglesia de Tlaxcoaque. Y con el remanente, Durazo construyó a su nombre un edificio en Insurgentes sur esquina con la avenida Río San Ángel, que pretendió alquilar al DDF para que fuera ocupado por la DCPT, a cambio de una renta mensual de diez millones de pesos y un contrato mínimo de diez años. Sin embargo, Hank González no aceptó el trato, pues ese “negocio” era tan oscuro como el propio Durazo.

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