Carla Baredes et al., “¡No hay un alma, mi general!” en ¿Por qué se rayó la cebra? México, SEP-Cordillera, 2005.
2. ¡No hay un alma, mi
general!
Hoy vamos a leer la historia de los uniformes que llevan los soldados.
La palabra puntillas significa aquí encajes. Fíjense bien, porque esa palabra
va a aparecer en seguida.
Hace mucho tiempo, los únicos soldados que tenían uniforme eran los
guardias de los palacios y los que escoltaban a personas importantes. Tal vez
viste en alguna película cómo eran: de colores brillantes, con adornos dorados
o plateados, con puntillas. El resto de los soldados, que eran muchos más, se
ponían cualquier cosa.
A medida que los ejércitos se fueron formando, los países comenzaron a
fabricar la ropa para sus soldados. La idea de vestir a todos igual fue solo
para simplificar las cosas: se compraban las telas, se las mandaban a cortar,
coser y adornar y ¡listo el uniforme!
Aunque estaban todos iguales, los trajes que usaban los soldados no
tenían nada que permitiera reconocer de qué país eran. Por eso, a medida que
pasó el tiempo, cada país les agregó a sus uniformes adornos y detalles
especiales: los italianos se ponían unos cascos con plumas, los polacos usaban
zapatos muy puntiagudos, y los escoceses vestían faldas (¡sí faldas!).
Obviamente, este decorado era carísimo y, por supuesto, tremendamente
incómodo. ¿Te imaginas a un soldado huyendo del enemigo tratando de que no se
le caiga el casco con plumas? ¿Te das una idea de lo que debe ser trepar una
montaña con botitas con punta? ¿Y andar con faldita por la nieve?
Hace unos cien años, los modistos militares empezaron a diseñar
uniformes con una idea distinta: que fueran cómodos, prácticos, baratos y
duraderos.
Un tiempo después, cuando se desató una guerra terrible en la que
pelearon un montón de países, a los franceses se les ocurrió algo más: vestirse
con los colores de la tierra y de las plantas, para que sus enemigos no
pudieran descubrirlos fácilmente. Y ocultaron sus armas y sus campamentos con
plantas y telas de los mismos colores, para que no los vieran desde el aire.
En poco tiempo, todos los países copiaron el camuflaje de los
franceses, y abandonaron definitivamente los uniformes vistosos y decorados.
A propósito, ¿sabes por qué se llama camuflaje? Porque, en francés,
camoufler significa disfrazar.
¿Qué les parece? ¿Han visto cómo son ahora los uniformes que llevan los
soldados? ¿Y los policías? ¿Quién se ha fijado? ¿Qué llevan? Las armas han
cambiado mucho, y los uniformes también.
Carla Baredes et al., “¡No hay un alma, mi general!” en ¿Por qué se
rayó la cebra? México, SEP-Cordillera, 2005.
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