“El baile de las brujas” en Mireya Cueto (comp.), Cuéntanos lo que se cuenta. México, SEP-CONAFE, 2006. 



33.          El baile de las brujas
La villa de Güémez es un pequeño pueblo del estado de Tamaulipas. En ese lugar, como en muchos otros pueblos, a los habitantes les gusta mucho hablar de cuentos de aparecidos y, aunque algunos parezcan cosa de fantasía exagerada, la gente no se cansa de escucharlos. Siempre van surgiendo nuevos cuentos, cada vez más interesantes. En Güémez de lo que más se habla, sin duda, es sobre las “bolas de lumbre”.
Cuentan los campesinos que, cuando iban por las noches a los potreros, de repente salían unas bolas de lumbre en el camino. Otras veces, mientras estaban regando, las bolas
salían en montón por arriba de los maizales y, después de dar varias vueltas en el aire, se marchaban.
Las personas más ancianas decían que las bolas eran brujas que salían por las noches a pasearse juntas. Algunas aseguraban que rezando las doce verdades, al mismo tiempo que se hacía un nudo en una cuerda por cada rezo, las brujan bajaban. Cuando se conseguía lo anterior, las brujas se convertían en diferentes animales para ahuyentar a la persona que las bajaron. Si al cabo de cierto tiempo la persona no se marchaba, se perdía el hechizo y la bruja tomaba su aspecto humano, quedando entonces a merced de quien la hubiera bajado.
Mi hermano Miguel me contó que cuando él era niño vio por primera vez a las brujas. Dijo que él y un amigo suyo habían ido de noche al potrero.
De regreso venían platicando montados en un burro cuando vieron que una bola se acercaba a ellos moviéndose de una manera muy especial, como si llevara suavemente el ritmo de algún baile. Mientras mi hermano la observaba fascinado, su amigo le preguntó si quería ver más brujas. Mi hermano, aunque con miedo, le dijo que sí. El muchacho entonces empezó a chiflar fuerte, muy fuerte, y fueron apareciendo más bolas. Entre más chiflaba su amigo, más bolas salían y más se les acercaban. De pronto, el muchacho guardó silencio y le dijo a Miguel que era malo chiflarles mucho, que por eso se callaba. Las bolas se fueron marchando poco a poco, tal como habían llegado. Mi hermano y su amigo continuaron su camino, uno con la tranquilidad que da la costumbre, el otro temblando de miedo por su primera experiencia.
Yo leí en una revista que existe un pájaro con cierta fosforescencia en las plumas. Me lo imaginé volando y lo comparé con una luciérnaga gigante. Tal vez ese pájaro es lo que han visto las personas de Güémez. Como ignoran de qué se trata, se imaginan lo que podría ser.
Yo nunca he visto a las famosas brujas y, aunque creo que son los pájaros fosforescentes, nunca he querido ir de cacería por la noche a los potreros. Las personas que no hemos visto aún las bolas esperamos tener el suficiente valor, y aire también, para poder chiflarles fuerte... muy fuerte.
“El baile de las brujas” en Mireya Cueto (comp.), Cuéntanos lo que se cuenta. México, SEP-CONAFE, 2006. 

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