Guillermo Samperio, Emiliano Zapata, un soñador con bigotes. México, SEP-Santillana, 2005.
14. Emiliano Zapata, un
soñador con bigotes
Cuando Emiliano Zapata tenía 11 años y era nada más un niño, no un
héroe que sale en los libros, tampoco tenía respiro.
Desde antes de que empezara la Revolución no paraba. Se me hace que ni
siquiera dormía. Entre levantar en armas a la gente, fusilar federales,
pelearse con los presidentes de la república, recortarse el bigote, consolar a
los pobres y, finalmente, caer en emboscadas, no creo que le haya dado tiempo
de tomar ni una siesta.
Ser héroe de tiempo completo debe de ser muy complicado. A lo mejor por
eso mueren tan jóvenes. A don Emiliano no le dio tiempo de celebrar su
cumpleaños cuarenta cuando ya había fallecido, pero le habían sucedido muchas
más cosas que a mi abuelo, quien tiene 72 y ya se le acabaron las historias que
contar.
Pero vayamos entrando en materia:
Lo que quería platicarles es medio complicado, porque los tiempos
cambian y en eso hay que darle la razón a los grandes. Los niños de hoy no
tenemos tantas responsabilidades como las que tuvieron nuestros padres y
abuelos. Nos da tiempo de platicar, pensar en cómo hacer para que el niño más
guapo del salón nos saque a bailar en la fiesta, hablar por teléfono, hacer la
tarea cuando no hay nada mejor en que ocuparnos y tantísimas cosas.
Pero cuando Emiliano era niño la vida era diferente. Todo se hacía a
mano: nada de abrir la llave y que salga un chorro de agua; había que traerla
del río o del pozo. Ni imaginarse siquiera oprimir un botoncito y que se
prendiera la lámpara; había que conseguir petróleo para el quinqué o cerillos
para las velas. ¿Gas? No había: fogón para la comida y encomendarse al dios
anticatarro al bañarse. Había tanto por hacer que los adultos no se daban
abasto. Así que los niños tenían muchas obligaciones, empezando por la de mantenerse
vivos, lo que, entre la mala alimentación y la falta de medicinas y médicos, no
era cosa sencilla.
El padre de Emiliano se llamó Gabriel; la madre Cleofás, y también
tuvieron su historia, pero ésa no se las cuento; sólo les digo que se
conocieron, se enamoraron, se
casaron, tuvieron hijos y una mañana de agosto, allá en 1879, abrió los
ojos por primera vez el pequeño Emiliano.
-¿Ya viste el lunar que tiene encimita del párpado?- preguntó la
amorosa y todavía adolorida doña Cleofás.
-¡Cómo no voy a verlo, mujer! Si se le mira casi tan bonito como a ti
-contestó el orgullosísimo Gabriel Zapata, quien se sentía como pavorreal
porque su hijo le hubiera salido tan guapo.
Y no es que fuera tan
agraciado, sino que ya se sabe que los padres en cuanto ven a sus retoños se
llenan de orgullo.
Guillermo Samperio, Emiliano Zapata, un soñador con bigotes. México,
SEP-Santillana, 2005.
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