Natalie Babbitt, ’’Nueces” en Cuentos del pobre diablo. México, SEP-Macmillan, 2003.




¿A quién no le gustan las nueces? Pero, ¡qué lata pelarlas! Y, por supuesto, al Diablo le da flojera tener que pelarlas. Así que un día tuvo una idea. Vean ustedes lo que se le ocurrió.
Un día el Diablo estaba sentado en su trono comiendo las nueces de una enorme bolsa y, como de costumbre, se quejaba de lo fastidioso que era partir las cáscaras, cuando de repente se le ocurrió una idea.
-La mejor forma de comer nueces -pensó- es engañar a alguien para que las parta por ti.
Así que cogió una perla de su tesoro y con un cuchillo muy afilado abrió la siguiente nuez, teniendo mucho cuidado de no estropear la cáscara. Luego puso la perla adentro y cerró la cáscara de nuevo.
-Ahora todo lo que tengo que hacer -dijo- es dar esta nuez a alguna persona ambiciosa. Cuando encuentre la perla insistirá en abrir todas las nueces para buscar más y hará el trabajo por mí.
Así que, disfrazado de anciano, subió al mundo, con su cascanueces y la bolsa con la nuez falsa encima de las demás. Después se sentó a esperar a un lado del camino. Muy pronto acertó a pasar por allí una campesina.
-Oiga, señora -dijo el Diablo-, ¿quiere usted una nuez?
La campesina lo miró sagazmente, y al momento sospechó; pero sin demostrar sus sospechas, le contestó amablemente.
-Muy bien -dijo-, ¿por qué no?
La mujer partió la nuez, comió la fruta, tiró la cáscara sin decir ni una sola palabra y siguió su camino.
-¡Qué cosa más rara! -dijo el Diablo, frunciendo el ceño-. O se ha tragado la perla o le he dado la nuez equivocada.
Sacó otras tres nueces entre las que estaban arriba, las partió y se comió la fruta, pero no encontró ninguna perla. Abrió y comió cuatro más, pero la perla no apareció.
Así siguió toda la tarde, hasta que hubo abierto todas las nueces y hubo ensuciado el camino con las cáscaras. Pero no encontró la perla. Así que se dijo a sí mismo: 
-Bien, se acabó. Se la ha tragado.
No quedaba nada que hacer sino volver al infierno.
Sentía un terrible dolor de estómago por haber comido tantas nueces y estaba de tan mal genio que el disgusto le duró una semana.
Mientras tanto la campesina fue al mercado, sacó la perla de debajo de la lengua, que era donde la había guardado, y la cambió por dos nabos y un frasco de mantequilla.
No todos somos ambiciosos, aunque el Diablo no lo sepa.
Muy listo el Diablo, ¿verdad? Pero más lista la campesina.
Natalie Babbitt, ’’Nueces” en Cuentos del pobre diablo. México, SEP-Macmillan, 2003.

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