CUENTO CORTO EL VELORIO VACUNO MANUEL P. BERNARDEZ
MANUEL P. BERNARDEZ
(18671942)Nació en España, pero aua padres emigraron al Uruguay a finca de
1867, instalándose en el pueblo Arapey (Dto. de Salto).Desde su adolescencia
sintió atractivo por el pinodisnm al que dedicó gran parte de su vida y lo más
difundido de BU obra, bajo forma de crónicas.Legislador por el Partido
Colorado, debió emigrar a Buenos Aires al producirse el golpe de Estado de Juan
Lindolfo Cuestas (1898). Allí residió diez años, ocupándose de comentarios
sobre temas económicos, sociológicos y recuerdos de vtaie.En 1910 ingresa al
Servicio Diplomático cumpliendo funciones en Brasil, posteriormente en Italia
(1920) y Bélgica (1925).Retirado de su actividad oficial, se radicó en Brasil
donde falleció.El valor de su prosa, "Veinticinco días de campo"
(1887), Tambos y rodeos (1902) y los cuentos camperos “YYI tirio vacuno” y “El
desquite” '.publicados en diarios y revistas de época) se justifica por la
sobriedad con qiu maneja situaciones y ambiente, evitando siempre el fácil
pintoresquismo.Con respecto al cuento seleccionado, Juan 1. Morosoli,
prologuista de 6us narraciones, dice:"El velorio vacuno” es una hermosa
estampa trabajada con simple y recia técnica. Fuerte, de relieves duros que
hieren la luí, objetiva, tanto, que las formas y volúmenes se harán recuerdo en
el lector, llega hasta dar ana sensación olfativa, para determinar por eso,
casi la sensación física de lo que describe.lLástima que en sli'i'in momento el
propio creador sonreía sin piedad frente a la dramática fuería del
asunto!”Obras: De Buenos Aires al Iguatú (1901), La Argentina en los mares
antartico! (1903), Chile en ¡a Argentina (1903), Un continente de paz (Í912), 0
gigante deitado (doce años de vida en el Brasil), 1^22), Aspectos ejemplares de
la nueva Bílgiea (1928), El Uruguay entre dos siglos (1931).En 1955, la
Biblioteca Artigas, Colección de Clásicos Uruguayos, en su vol, 17, recogió con
el título de Narraciones: 25 días de campo, El velorio vacuno y El desquite.Fuente:
Narraeionrs. Montevideo. Biblioteca Artigas, Col. Clásicos Uruguayos, 17, 1955
EL VELORIO VACUNO
De flaco, de viejo, de cansado, de aburrido de arar, el pobre
buey se acostó a morir una mañana en las inmediaciones del corral.Lo cuerearon.
Aquella piel barrosa, tan fuerte y tan curtida, que durante doce o quince años
lo había abrigado contra las inclemencias de la vida, aquella piel que había
agujereado la picana con su púa de hierro, le fue sacada a cuchillo, entre
risas, por los peones de la Estancia. Lo desollaron de un lado, lo dieron
vuelta v acabaron de arrancarle el poncho. El peto había caído en partes, al
refregarse el animal en tierra, en las ansias, cuando la muerte venía y le
quitaba aquella vida que él había arrastrado tantos Anos a lo largo del
surco.Quedó muerto y desnudo. Coloreaba en el bajo su enorme cuerpo, enseñando
la carne flaca, donde la sangre había quedado cuajada. Los perros iban allá, lo
olfateaban y lo hallaban feo. Estaba muy flaco el pobre, y ni los perros lo
querían comer.Pasó todo el día asoleándose el cuerpo de aquel oscuro y
miserable soldado de la siembra. ¡Cuántas espigas había hecho nacer! ¡cuántas
semillas habían hallado cuna en el surco abierto por aquel bueyl Y ahora, allá
estaba la osamenta, abandonada, terrosa, resecándose, llena de moscas. El héroe
del surco, que había hecho germinar tanto alimento, tanto grano, tanta espiga,
tanto pan, había muerto de flaco!No. No podía morir así. Los hombres lo
dejaban, pero sus semejantes debían ser más justos. Los hombres se olvidaban,
pero entre los animales qufidaba un sentimiento. Los hombres le sacaban el
cuero porque se podía vender. Era el último servicio que prestaba el viejo
buey. Tenía el cuero pesado. ¡Lástima que aquel diablo de animal se había
andado revolcando al morir! ¡Tal vez el cuero Fuera desecho, por eso! Y no
pensaban nada más. Para ellos había concluido la desgraciada y bondadosa
bestia. Pero las vacas, los toros mansos, los novillos tamberos, los bueyes
veteranos, compañeros de yugo del buey muerto, tenían obligación de rendirle un
recuerdo antes de abandonarlo, al verlo caído, incapaz de seguir tirando el
arado, tan duro y tan pesado como la vida para la pobre bestia
resignada.Vinieron al caer la tarde. Las cuchillas prolongaban sus sombras; en
los bajos empezaba a ser de noche; los pájaros ganaban los paraísos y se
quedaban quietitos, con ia cabeza escondida bajo el ala.Entonces el ganado
tambero fue cayendo al velorio. En el crepúsculo, el finado buey viejo,
desollado, se veía colorear, con los matambres estirados, ya resecos por el sol
de todo un día.Los animales llegaron despacio, con aire fúnebre. Balaban con
balido sordo y triste, como diciendo un responso. Eran mugidos cavernosos,
tétricos, que resonaban sordamente en la tarde silenciosa y sosegada. Las
ovejas, despavoridas, salían al galope, y los perros paraban la oreja, con
ganas de ir a ladrar al ganado doliente.El más triste era un novillo yaguané,
sin duda pariente del buey. Era el que presidía el duelo. Mugía con verdadero
dolor, y de pronto rompía en balidos desesperados. Un buey overonegro, llamado
Retruco, se acercaba al yaguané y lo tocaba con el hocico, balando a media voz,
como si le dijese: ¡Hombre, no se aflija, que todos somos mortales! ¡lodos
hemos de tener la misma suerte! ¡Iiremos tirando hasta que nos toque clavar el
asta!Como en los velorios humanos, había allí los indiferentes, animales que
habían venido por compromi so, por no chocar, por ceremonia vacuna. Habían
llegado al muerto, lo habían olido, le habían balado quien sabe qué, por
fórmula, y se retiraban rumiando sus asuntos. Otros, cuando el yaguané no los
veía, agarraban algún bocado de pasto y lo mascaban disimuladamente. . .En
esto, un peón que pasaba, molestado por los mugidos, atropelló a caballo y
deshizo el velorio a rebencazos.
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