“El asno y el buey” en Mireya Cueto (comp.), Cuéntanos lo que se cuenta
Un ranchero muy rico tenía en su rancho, en una misma cuadra, a un buey
y a un asno. Cierto día, el buey le dijo al asno:
—Me da mucha envidia ver lo mucho que descansas y lo poco que trabajas.
Un mozo te cuida, te dan de comer cebada y bebes agua pura y cristalina. Lo
único que haces es llevar al amo a esos viajecitos que hace. En cambio a mí me
tratan muy diferente. Al salir el sol me atan a una carreta o a una yunta y
trabajo todo el santo día, hasta que las fuerzas se me acaban. Y por las noches
me dan hojas secas como pastura. ¿Ya ves por qué te envidio, amigo?
—Con mucha razón tienen fama de tontos tú y todos los de tu especie —le
contestó el asno—. Se matan por sus amos, y no sacan ningún provecho de sus
facultades. Cuando los hombres te quieran amarrar al arado, ¿por qué no les das
unas cuantas cornadas y unos mugidos que los asusten? ¿Por qué no te echas al
suelo y te niegas a caminar? Si sigues mis consejos verás qué bonito te va a
ir.
Al día siguiente, un campesino fue por el buey para empezar a trabajar.
Pero el buey siguió los consejos del asno: dio tremendos mugidos, se echó al
suelo y lanzó unas
cuantas cornadas. El campesino creyó que el animal estaba enfermo y fue
a contarle al ranchero.
El ranchero le dijo que entonces pusiera al asno a trabajar todo el
día, y así lo hizo el campesino. El asno jaló del arado y la carreta todo el
día, y recibió tantos palos que cuando volvió a la cuadra por la noche no podía
caminar. En cuanto llegó, el buey se acercó.
-Gracias por tus consejos -le dijo.
El asno se quedó callado, pero pensó: “Yo tengo la culpa de lo que
pasó. Por andar de hablador, ahora el buey es el que goza de la vida. Si no se
me ocurre algo, acabaré perdiendo el pellejo”. Y medio muerto de cansancio, se
dejó caer en la paja.
-De aquí en adelante -siguió hablando el buey- siempre voy a hacer lo
que me aconsejaste, amigo asno.
-Está bien -dijo el asno- pero te voy a decir lo que oí decir al amo.
Como cree que estás enfermo y ya no puedes trabajar, te va a vender para que te
hagan filetes y bisteces.
Al escuchar eso, el buey dio tremendo mugido, y el asno supo que lo que
había inventado iba a resultar en su favor.
Al día siguiente, ¿quién creen ustedes que se quedó descansando todo el
día?
“El asno y el buey” en Mireya Cueto (comp.), Cuéntanos lo que se
cuenta. México, SEP-CONAFE, 2006.
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