Luci Cruz Wilson, “El caracol púrpura” en México envuelto en mares
52. Familias familiares
Yo no puedo afirmar que seamos una familia de tantas. De que somos
raros, lo somos. Claro que de lejitos y sin platicar mucho parecemos una
familia normal.
Les voy a contar para que vean que no exagero.
Empecemos por mi papá. Mi papá tiene que tener todo bajo control. Es
previsor hasta el límite de lo posible: paga sus impuestos el primer día que
abren las oficinas. Compra artículos repetidos por si se rompen o extravían.
Por eso tenemos un cuarto lleno de cajas de clips, de decenas de cámaras
fotográficas, varios medidores de pulso y unos doce tinacos nuevecitos, sin
desempacar.
Por supuesto, ya tiene pagado el funeral de toda la familia, hasta de
mi sobrinito que acaba de nacer. Y cuando tenemos que ir a algún lugar nuevo,
como por ejemplo a una boda, hacemos simulacros: nos vemos nos arreglamos,
compramos el regalo y buscamos la dirección. Practicamos lo que vamos a decir y
en dónde vamos a estacionar el coche.
Bueno, pues un día mi papá decidió que para ser el más precavido, iba a
operarse. “¿A operarse qué?”, todos preguntamos, pues mi papá tenía una salud
de hierro.
—Lo que haga falta —afirmó categórico.
—¿Cómo qué?
—Pues de una vez que me saquen el apéndice, que me operen del corazón y
me quiten las anginas. Así yo me organizo para faltar algunos días a la oficina
y no pierdo el control de la situación con molestos contratiempos.
—Oye, ¿pero tienes algunas molestias?
—Ninguna —respondió muy campante.
¿Y qué creen? ¡Se operó!
Ahora vamos con mi mamá. Mi mamá es un poco despistada: te puede
ofrecer jugos de naranja y huevos revueltos por la noche, y un bistec con un
Martini a las siete de la mañana. Es tan distraída que se pierde en su propia
casa. Hay que hacerles mapas para que vaya de una recámara a otra. Llama a sus
amigas ¡para preguntarles sus números telefónicos!
Toca el turno de presentarle a mi hermana. Mi hermana, aunque es muy
guapa, siempre está de mal humor. Ustedes me dirán: bueno, todos tenemos malos
ratos. Eso yo lo entiendo, pero imagínense a alguien que siempre, a toda hora,
todos los días, está de malas. Cuando mis amigos hablan por teléfono ella les
gruñe y, claro, ellos cuelgan.
Por último, está mi abuela. Mi abuela es la ancianita más tierna y
dulce... siempre y cuando al platicar con ella no uses palabras que tengan la
vocal e. Como supondrán, es muy difícil no decir palabras que tengan e, y si
uno se equivoca ella se tira al piso y hace una pataleta tremenda, rompe cosas
y echa baba por la boca. Después, se cubre con un sudario —es como una sábana
con la que cubren a los muertos, que tienen siempre guardada y planchada en un
cajón— y se hace la muerta durante dos días.
Imagínense si yo, con esa familia, me iba a atrever a llevar amigos a
casa, organizar fiestas o asistir a lugares públicos en su compañía Pero
sucedió algo que me obligó a cambiar esta situación...
Por favor, ¿cómo nos dejan al llegar aquí? ¿Qué pasó? ¿Por qué tuvo que
invitar amigos?
Vivian Mansour Manzur, Familias familiares. México, SEP-FCE, 2002.
Los colores han sido siempre relacionados con virtudes y actitudes
humanas. El verde ha simbolizado esperanza y renovación; el blanco, belleza y
pureza; el amarillo, longevidad.
En otro tiempo, teñirse el cuerpo de rojo significaba grandeza y poder.
Y el color púrpura, que es un rojo más intenso, estaba reservado a los
elegidos.
Entre los mixtecos, en Oaxaca, existe una tradición milenaria que
consiste en obtener el preciado tinte color púrpura de un caracol marino
llamado púrpura pansa. Con el tinte, que es difícil de obtener y, por lo mismo,
muy caro, tiñen hilo de algodón y tejen prendas de vestir muy apreciadas, que
se usan solamente en ocasiones especiales.
El caracol púrpura es un molusco que vive entre las grietas de la costa
rocosa de la zona donde rompen las olas, desde Baja California hasta Perú.
Tiene una glándula con la que produce un líquido lechoso con un fuerte
olor a ajo; cuando este líquido se pone en contacto con los rayos del Sol y el
oxígeno del aire, cambia su color de amarillo, verde y azul hasta un púrpura
intenso o violeta, que es el más puro en la gama de color.
El caracol utiliza este líquido o tinte para defenderse de sus enemigos
o para narcotizar a sus presas.
Los mixtecos conocen bien la vida del caracol púrpura: cuándo nace, qué
come, cuándo y cómo produce el tinte. Sobre todo, saben cuáles son los cuidados
necesarios para no dañarlo mientras le extraen el tinte o lo “ordeñan”.
El tinte simboliza para ellos la vida, la muerte y la fertilidad al
mismo tiempo, por lo que tienen mucho cuidado en su uso, y respetan con cuidado
el tiempo de reproducción, crecimiento del caracol y producción de tinte.
Entre los mixtecos, teñir el hilo con la tintura del caracol púrpura es
una actividad de integración social, en la que intervienen niños, mujeres,
hombres... la comunidad entera. Lo mismo cuando se hila y se forman las
madejas.
Los hombres caminan cientos de kilómetros para llegar a la costa y
encontrar el caracol. Seleccionan los más grandes, ordeñarlos sobre las madejas
de hilo y volverlos a dejar en su lugar.
Otra forma de obtener el tinte comenzó a ser introducida por una
compañía japonesa en los años ochenta. Pero la nueva técnica, que extrae el
colorante en forma masiva e indiscriminada, nada tiene que ver con el respeto a
la naturaleza del método tradicional indígena.
La situación mantenida hasta antes de que llegaran los japoneses
lograba conservar en equilibrio la población del caracol. Los mixtecos lo
explotaban de octubre a marzo, cuando no estaba en tiempo de reproducción. La
comercialización masiva, en cambio, ha provocado que las poblaciones estén
severamente dañadas debido a la sobreexplotación y la extracción del tinte con
técnicas inadecuadas.
Luci Cruz Wilson, “El caracol púrpura” en México envuelto en mares.
México, SEP-Santillana, 2002.
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