¿Cómo se puede comprar el cielo?




En 1854, el presidente de los Estados Unidos quiso comprarle las tierras al jefe piel roja de Seattle. Éste le respondió en una histórica carta:
¿Cómo se puede comprar el cielo o el calor de la tierra? Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua,
Mi pueblo considera que cada elemento de este territorio es sagrado. Cada pino brillante que está naciendo, cada grano de arena en las playas de los ríos y los arroyos, cada gota de rocío entre las sombras de los bosques, cada colina, y hasta el sonido de los insectos son cosas sagradas para la mentalidad y la tradiciones de mi pueblo.
Nosotros somos parte de la tierra. Y la tierra es parte de nosotros. Las flores que aroman el aire son nuestras hermanas.
El venado, el caballo y el águila también son nuestros hermanos.
Los caras pálidas no entienden nuestro modo de vida. Los caras pálidas no conocen la diferencia que hay entre dos terrones. Ustedes son extranjeros que llegan por la noche a usurpar de la tierra lo que necesitan. No tratan a la tierra como hermana sino como enemiga. Para los pieles rojas el aire tiene un valor incalculable, ya que todos los seres compartimos el mismo aliento. Todos: los árboles, los animales, los hombres.
Para nosotros es un misterio que ustedes estén aquí, pues aún no entendemos por qué exterminan a los búfalos, ni por qué doman a los caballos, quienes por naturaleza son salvajes, ni por qué destruyen los paisajes con tantos cables parlantes.
¿Qué ha sucedido con las plantas? Están destruidas. ¿Qué ha sucedido con el águila? Ha desaparecido. De hoy en adelante la vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.
Cristina Carbó, “¿Cómo se puede comprar el cielo?” en 501 maravillas del Viejo Nuevo Mundo II. México, SEP, 1994. 

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