La codorniz no aprendió a volar



La codorniz siempre ha presumido de señora y de que su hija sea una niña de su casa. Ni en el corral con sus parientas lejanas, las gallinas, ni en el jolgorio de los pájaros en el pino.
Una niña no puede andar con tanta juntera. Cuando viene a ver, hasta aprende a silbar como los varones.
Pero llegó el momento en que la niña debía empezar en la escuela. Y la madre, con su presunción de señorona, tampoco quiso que su hija fuera a la escuela para que no se juntara con nadie.
-A volar y a tejer nidos la enseño yo. Mi hija se cría sola.
Y             la niña, loca por jugar con los hijos del sabanero (un pájaro cubano). Claro, no la dejaban ir a jugar. Seguía sola. Y lo peor: sin aprender nada.
Ya todas las aves del primer grado estaban aprendiendo a volar. Hasta el zunzuncito (variedad de colibrí) hacía la A en pleno vuelo.
La niña no. La niña seguía igual, sin saber. Su madre siempre estaba muy ocupada en buscar alguna semilla de cardosanto para la comida, o en ir a la peluquería para arreglarse el plumaje de la pechuga.
Cuando la niña le hablaba de volar, le contestaba que no tenía tiempo de enseñarle.
-Tú no tienes que preocuparte por volar. Tú lo que tiene que preocuparte únicamente es por lucir bonita. No hay que andar por el aire para ser feliz en la vida. Yo misma me casé andando por el suelo.
Bueno, para no cansarlos buscando el final de un cuento del que ustedes saben cuál es el final, les diré que la codorniz ya es una mujercita, y que sigue sola, metida entre los matorrales, sin saber aún ni las cinco vocales del vuelo.
Froilán Escobar, “La codorniz no aprendió a volar” en Secreto caracol .Bs As, Colihue, 1993. 

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