“Leyenda de los pieles rojas en Nerio Tello (comp.), Antes de América: leyendas de los pueblos originarios. México, SEP-Celistia, 2008.
Cuentan los pieles rojas que cuando la tierra fue creada era muy
hermosa con sus montes, valles, ríos y mares. Lo único que faltaba en ella era
quién la habitara.
Una mañana, el Dios de los antiguos pobladores de la región noroeste de
la América del Norte, Manitú, se levantó de excelente humor y decidió crear al
hombre. Tomó un poco de barro y modeló un hermoso muñeco con cabeza, tronco,
brazos y piernas. ¡Era una maravilla! Después encendió un horno y lo metió allí
para que se cociese. No quería a un hombre crudo y sin sabor.
Ese día hacía mucho calor. Cansado por el trabajo que le había dado
hacer ese hombre de barro, Manitú se recostó un ratito a la sombra de un árbol
mientras el horno hacía su trabajo. Pero estaba tan fatigado que se quedó
dormido y no se despertó a tiempo para sacar su creación del horno.
Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que olía a quemado y corrió al
horno. ¡Qué horror! Cuando sacó al muñeco estaba tan cocido que parecía hecho
de carbón.
Manitú, a quien no le gustaba reconocer sus errores, dijo:
-Será la raza negra.
Y lo mandó a vivir al
centro de África.
Preocupado por su descuido, al día siguiente decidió hacer otro muñeco
y se dispuso a cocerlo con gran cuidado. Sin embargo, por temor a que volviera
a quemarse, metió poca leña en el horno y se quedó esperando. Impaciente, sacó
el muñeco antes de tiempo.
¡Otro desastre! Estaba mal cocido y era más pálido, todo blanco.
Manitú se rascó la cabeza y como nadie adivinaba sus propósitos dijo:
-Será la raza blanca -y se fue a descansar; no había sido un buen día.
Pero Manitú no suele darse por vencido. Como quería algo distinto,
modeló un nuevo muñeco.
Para que no se quemara ni pareciera crudo, buscó una solución muy
original:
-Voy a untarlo bien de aceite, así quedará a punto.
Sin embargo, otra vez fracasó. Al fin y al cabo solamente había cocido
tres hombres, por lo tanto Manitú era todavía un cocinero inexperto. Puso
demasiado aceite en la masa y el muñeco resultó amarillo.
Miró para los costados y, sin perder el ánimo, decidió:
-Será la raza amarilla.
Dicen que después le puso una pequeña coleta en la cabeza y lo mandó en
barco a
Asia.
Al cuarto día, Manitú se levantó muy decidido. Amasó bien el barro, le
puso el aceite necesario, metió en el horno la leña conveniente, atizó bien el
fuego y sacó el muñeco a tiempo.
El dios, ahora sí, quedó contento. En su mano tenía un hermoso hombre
color bronceado... ¡Tal como lo había imaginado!
-Será la raza roja, mi raza preferida -decidió Manitú.
Y le puso sobre su
cabeza un gran penacho de blancas plumas.
Así fue como nacieron los pieles rojas, que forman la raza más bella
del mundo. Al menos eso dicen ellos y Manitú.
“Leyenda de los pieles rojas en Nerio Tello (comp.), Antes de América:
leyendas de los pueblos originarios. México,
SEP-Celistia, 2008.
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