Agustín López Munguía Canales, “¿A qué no puedes comer sólo una caja?” en Alimentos. México, SEP-Santillana, 2007.

174. ¿A qué no puedes comer sólo una...caja?
Un parto feliz
La chica le aplicó calor y el calor llegó hasta lo más íntimo de su cuerpo. Un cuerpo en buena medida constituido de almidón con un poco de humedad. Un cuerpo duro rodeado de algo que uno podría llamar cáscara, pero que los que saben llaman pericarpio. Sí, llegó el calor, calentó su agua, se suavizó su almidón y aparecieron más signos de que se avecinaba el parto. Su almidón se hizo masa gelatinosa y su agua empezó a evaporarse, pero sin encontrar una salida por dónde escapar. Sus moléculas de agua, desesperadas por la fuerza que les daba la ininterrumpida llegada de calor, golpearon cada vez con más fuerza la pared (el pericarpio) para escapar de aquel infierno; aquellos instantes se le hicieron eternos. Hasta que al fin, se rompió la cáscara. Y con un gemido que la muchacha escuchó como un ¡pop! Nació volando expandiéndose a sus anchas en el aire que refrescó su recién adquirido cuerpo: había nacido una palomita.
La muchacha atendió al siguiente cliente, mientras más palomitas nacían y se acumulaban en el enorme recipiente en espera de la llegada de la sal y la mantequilla. Se dirigió al siguiente cliente en la fila y repitió la sugerencia que hacía a quien solicitaba el tamaño pequeño: “Por dos pesos más se lleva todo en tamaño grande: refresco, palomitas y le regalo un chocolate”.
Punto y coma
Éste es tan sólo uno de los múltiples ejemplos cotidianos en los que puedes constatar que pareciera existir una fuerza en el universo que nos lleva a comer más. Y así, la insistencia materna de antaño con su: “¡Ándale, hijo, otro poquito de sopa!” se ha transformado en ofertas y estímulos de muy diversa índole en supermercados, expendios de comida rápida, espacios públicos, etcétera.
     La gran diferencia es que, en tanto las mamás ofrecían porciones adicionales de alimento como muestra de afecto y protección o las marchantes ofrecían un pequeño pilón para consentir a su cliente, ahora las ofertas de más comida son a cambio de tener más ganancias y mayor control del mercado de alimentos. ¿A quién le conviene que comamos más? ¿Haremos feliz a la muchacha de la dulcería llevando el tamaño jumbo?

¿Estará preocupada en realidad por complacer nuestro voraz apetito o por favorecer nuestro bolsillo?
     Hoy, a diferencia de hace unas cuantas décadas, ya no existen las versiones pequeñas de los refrescos, y en cambio abundan las ofertas familiares, caguamas y jumbos. De acuerdo con el Programa de Salud del Adulto de la Secretará de Salud, cada mexicano consume al año cuatrocientos refrescos, tres mil seiscientas cincuenta tortillas, cincuenta kilos de azúcar (sobre todo en los refrescos) y seiscientas treinta cervezas.
     El sobrepeso es el más común y costoso problema nutricional del siglo XX, una epidemia que no distingue raza, credo, nacionalidad ni clase social; se ubica entre las primeras causas de mortalidad.
Agustín López Munguía Canales, “¿A qué no puedes comer sólo una caja?” en Alimentos. México, SEP-Santillana, 2007.

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