El juguete PREHISPÁNICO popular mexicano

El juguete
popular mexicano

Víctor Manuel Gutiérrez López
 
 
 
 
Hablar de juguetes significa hablar de niños y el significado
de serlo, la naturaleza del niño es en sí misma una forma de cultura. Desde que hay niños ha habido juguetes de toda clase y tamaño, y cada uno de ellos ha ocupado un papel importante en el desarrollo cultural de nuestros pueblos, no sólo por divertir, sino porque son elementos fundamentales en la formación cognitiva: los juegos son el primer medio por el que se adquiere conocimiento y habilidades sociales. Como dice Maya Pineda García: “el juego enseña al niño a ganar y a perder, a integrarse a un grupo, a seguir reglas y a desarrollar una serie de prácticas sociales y de responsabilidad que se integraran a todo su proceso de vida”.

México tiene una amplia gama de juguetes populares que constituyen una expresión artística cabal, pues más que un simple elemento que conforma el extenso catálogo de artesanías, se trata de un arte popular que lucha por seguir subsistiendo. Es difícil ubicar el origen de cada juguete, ya que éstos adquirieron su estatus de producto cuando el comercio y la consolidación de los grupos en el poder se asentaron, estableciendo la diferencia entre artesanos e industriales que llevó a la privatización de los productos de los primeros. El arte popular posee prestigio por su forma y colorido, cualidades que lo han preservado en el transcurso del tiempo; su importancia se debe a su significado, reflejo de la vida cotidiana de un pueblo que llega 
a trascender las fronteras de la comunidad hasta alcanzar la universalidad. El interés que en la población urbana ha suscitado como curiosidad y no para fines de uso es lo que los ha preservado, pero también hay un factor que podemos considerar, que es nuestro niño interior.

Breve reseña histórica

Entre los pocos juguetes prehispánicos hallados en las zonas arqueológicas hay figurillas de animales, algunas sobre ruedas, trastecillos y especies de balero —lo que consideramos como muñecos eran objeto de culto, no de juego, aunque Eduardo Matos Moctezuma dice que cualquier objeto al alcance de la mano es motivo de juego. Pero uno de ellos que sin duda debió ser de los preferidos fue el balón de caucho y hule que, al igual que hoy día, se le jugaba en los pueblos, aunque el juego de pelota era primordialmente ritual. Debió haber por lo menos figurillas hechas con hojas de palma y maíz, incluso se sabe que hubo muñecas hechas de trapo y se tiene evidencia de figuras de perros con ruedas equivalentes a los actuales caballitos con ruedas.

Se sabe que hubo juegos como el totolli o totoloqui, similar al boliche. De acuerdo con Bernal Díaz del Castillo, durante su cautiverio Moctezuma se echó algunas partidas con Cortés y Alvarado, acusando a este último de hacer trampa. Otros fueron el zonecalli, una recreación de duelos con ramas; el tololoque, algo similar a la rayuela; el cocoyocpatolli u “hoyito”, el matlatema o matatena, el macalotontzin, donde debían girar hasta desprenderse, la “víbora de la mar”, el cuahuilacatonzin o el “madero en los pies”, entre otros. El mural de Tepantitla nos muestra un gran número de personajes involucrados en diversos tipos de juegos.

Varios juguetes usados en Mesoamérica lo eran también en otras culturas, lo que denomino como “convergencia cultural”. Del trompo y el yoyo, preferidos hasta fines de la Revolución, el primero se jugaba antes de la llegada de los españoles, entre pueblos de Norteamérica, como los hopi, 
y hay muestras en México y Argentina; mientras los yoyos son una de las formas de entretenimiento más arcaicas.

Tras la conquista, en la Nueva España los niños criollos y peninsulares solían jugar con muñecas, carruajes miniatura y otros más elaborados, difundidos por los evangelizadores entre los niños indígenas que, al igual que los prehispánicos, sentían afición por el balompié. De éste había un equivalente en el medievo que se denomina “futbol de carnaval”, en el cual se valía el uso de manos y caderas. En las festividades aparecían matracas y tambores y, desde luego, los títeres tradicionales —de procedencia religiosa como una forma entretenida de aprender las nuevas costumbres. También había juguetes extranjeros, algunos europeos o similares, como las muñecas chinas. 
La competencia mercantil es más antigua de lo que se especula. Entre los juguetes importados había muñecas de porcelana a las que se les atribuía facultades mágicas —Alemania era un centro importante de su fabricación en el siglo xviii. Pero un objeto muy especial fue la piñata, llevada por Marco Polo a Europa desde China y que ahora forma parte de nuestra cultura. Las miniaturas pasaron a representar parte de la vida cotidiana, había soldaditos de plomo y buques que los niños usaban para escenificar conflictos armados.

Entre los juegos que vieron la luz en dicho periodo están las canicas, el balero, el yoyo, el trompo, los huesecillos de chabacano pintados con los que se juega la matatena, reguiletes que giran con el viento, pajarillos de péndulo, maromeros y muñecas de trapo destinadas a las clases bajas. La mayoría de los juegos de mesa, populares en Egipto, la Antigüedad clásica, China, India y posiblemente Mesopotamia, fueron traídos por los colonizadores, y entre ellos se destaca la lotería. Los juegos de azar también empezaron a proliferar, los indígenas tenían el patolli, con caracteres propios de este tipo de juegos, pero los que atrajeron a los apostadores fueron naipes y ruletas. En 
los de mayor edad, el juego pasó a ser una obsesión como el pulque.

El siglo xix marcó una mentalidad centrada en los valores sociales como parte de un plan de identidad, pero también se agregaron los comerciales con el avance de la 
ciencia. La Revolución Industrial representó el inicio de las compañías de juguetes, que hicieron reproducciones de vehículos como los trenes, objetos de diferentes materiales como metal y plástico que, desde el principio, fueron más frágiles que los tradicionales. En Inglaterra también se reglamentaron deportes como el futbol y el tenis. Los juguetes extranjeros saturaron los mercados, ahora con autómatas que se movían por sí mismos. Fue un cambio en la forma de pensar del ser humano que influyó en la parte más elemental de la sociedad: los niños de las ciudades; ya que las zonas rurales estaban bien delimitadas y no había tal invasión.

Walter Benjamin dice que: “en el siglo xix comienza la definitiva decadencia de esas cosas, observamos como los juguetes se agrandan y pierden sencillez y belleza”, postulado que refleja el final de la imaginación ante los proyectos de los comerciantes. Dicho siglo representó la entrada de las artes al mundo mercantil, con la reproducción de artefactos, facilitando la manufactura, pero restando el toque artístico que le daba simbolismo a las cosas.

Finalmente, el siglo xx marcó el uso de la tecnología y los materiales sintéticos en el uso de la vida cotidiana. En 1903 se celebró la primera feria interamericana del juguete, donde se mostraron los prototipos de lo que serían los juguetes modernos, como las muñecas tipo Barbie. Desde los años cincuentas se construyeron juguetes de baterías alcalinas y en los setentas se empezaron a desarrollar los primeros electrónicos, los ya célebres videojuegos, junto con las primeras computadoras domésticas.Un país lleno de juguetesSiguiendo los cánones originales, algunos juegos se realizan por temporadas como la quema de los llamados “judas” durante los días santos —costumbre llevada a cabo en la Colonia como parte del programa evangelizador—, las piñatas en navidad o los esqueletos de cartón durante los Días de muertos. En zonas donde estas festividades conservan vigor, aún son motivo de diversión y en ellas se lleva a cabo la venta de juguetes comerciales y tradicionales tematizados de acuerdo con la festividad. Existen locales y pueblos donde se especializan en ciertos materiales y técnicas: juguetería de barro de Teloapan, de palma en Santa María Chagmecatitlan miniaturas de Amozoc, de barro alumbrado en Tlaquepaque, instrumentos en Ixmiquilpan, alcancías zoomorfas en Aca-tlán y juguetes de madera en comunidades de todo el país.

Los estados tienen sus propias escuelas de diseño de manufactura y cada una se especializa en su fabricación con técnica depurada que refleja la tradición y las condiciones de vida de cada pueblo, incluido su entorno y los materiales disponibles; entre ellos se destacan: Puebla, Michoacán, Estado de México, Oaxaca, Guerrero, Guanajuato e incluso el Distrito Federal. En las ferias vemos muestras de la labor de dichos juguetes con figuras de acción hechas con técnicas artesanales pero también con modernas, manteniendo la idea del juego tradicional.

Tal es el caso de los luchadores de plástico, que han estado en el mercado desde los cuarentas, cuando se empezó a popularizar la lucha libre y se exhibieron las primeras películas de caballeros, vaqueros y astronautas. Éstos suelen fabricarse en talleres particulares con la participación de varias personas y, por los procesos empleados, —el plástico fundido—, se requiere destreza para manejar instrumentos pesados de tipo semindustrial. También fabrican camiones y otras figuras, emulando superhéroes, algunos de imitación, pero
sencillos y accesibles a niños con pocos recursos monetarios, que pueden adquirirlos en tianguis, misceláneas y puestos de revistas. Su creatividad 
y persistencia hacen que esta labor sea meritoria de reconocimiento.

En los juguetes mexicanos encontramos detalles de gran imaginación y gusto, una tradición popular llena de formas y colores, con materiales sencillos —madera, hojalata, cartón, vidrio y arcilla—, e instalaciones relativamente simples. La manufactura es en sí misma un tipo de juego, donde los hijos al presenciar los procesos de elaboración, buscan imitarlos, lo cual es una manera práctica de preservar dicha tradición.

El valor del juguete tradicional es inmenso considera Maya Pineda García, autora del proyecto Defensa de un Patrimonio Cultural de Colima y de todo México, que este tipo de juguetes propicia de manera intensa el uso de la imaginación pues son manifestaciones artísticas y no copias repetitivas diseñadas para una sola función específica. Aun cuando en la industria hay juguetes que estimulan al niño, desde los años cincuentas las industrias buscan crear una versión en miniatura de las actividades y oficio existentes, redirigiendo la imaginación hacia un cierto camino. La imaginación siempre ha sido la manera de plantearse el funcionamiento del mundo y su aprovechamiento en un futuro cercano.

Los juguetes populares son testimonio de un tipo de mentalidad inmerso en una cultura que posee un largo periodo de vida, en donde lo simbólico ocupa un lugar preponderante, ya que permite a los niños llevar a cabo sus aventuras sin necesidad de cables y luces, dando rienda suelta a su inagotable imaginación. Carlos Espejel lo expresa con claridad: “los juguetes populares han perdido terreno en el aprecio de los niños; hace unas cuatro o cinco décadas, los juguetes populares constituían verdaderos instrumentos de juego, diversión y entretenimiento; por sus propias limitaciones técnicas, el juguete permitía a la imaginación infantil complementar y dar sentido a su existencia”. Es esto último lo que está en riesgo ante la amenaza de la propagación del juguete industrial y la imposición de fuertes intereses económicos. Es la razón por la cual es fundamental trabajar en pro de la preservación de esta invaluable tradición.
 
Referencias bibliograficas

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Pibolt, Marta, et al. 1981. Arte de America. Editorial Blume, México.
Sánchez Santa Ana, María Eugenia. 1991. Los juguetes de Puebla, lecturas históricas de Puebla 60. Gobierno de Puebla, Secretaria de Cultura, Puebla.
Sandoval Linares, Carlos. 2004. Juegos y juguetes tradicionales de Jalisco. Secretaria de Cultura, Guadalajara, México.
En la red


sepiensa.org.mx/ contenido.htm
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/68613.html
eljuguetepopular.blogspot.com

 
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Víctor Manuel Gutiérrez López
Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades,
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
 
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como citar este artículo →
 Gutiérrez López, . (2014). El juguete popular mexicano. Ciencias 111-112, octubre 2013-marzo 2014, 80-83. [En línea]

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