Las cuevas en la época prehispanica

Linda Manzanilla
 
 
Para los pueblos prehispánicos las cuevas tuvieron una
pluralidad de significados: refugio, sitio de habitación, boca o vientre de la tierra, inframundo, espacio fantástico, morada de los dioses del agua y los de la muerte, recinto funerario, lugar de ritos de linaje y de pasaje, observatorio astronómico, cantera.

El primer uso que el hombre hizo de cuevas y túneles naturales fue el de habitación. En el territorio mexicano se tienen testimonios arqueológicos del Horizonte Arcaico en los valles de Tehuacán, Valsequillo, Oaxaca, Tamaulipas y en la Depresión Central de Chiapas, entre otros.

Sin embargo, en horizontes posteriores, como el Posclásico (900-1500 d. C.), algunos nómadas continuaron con la tradición del uso habitacional de la cueva. Particularmente en el Valle de Teotihuacán y región de Texcoco, grupos chichimecas de nómadas —que otrora poblaron los desiertos del norte de México— habitaron cuevas en Oztotícpac, Tepetlaóztoc, Tzinacanóztoc, Huexotla, Techachalco, Oztotlítec Tlacoyan, Tlallanóztoc y Tenayuca. Y es que en lengua náhuatl la palabra óztotl significa cueva, vocablo que frecuentemente formó parte de los topónimos de Mesoamérica.

En el área maya, la cueva de Loltún ha proporcionado invaluable información sobre fauna de características pleistocénicas y sobre la ocupación de la región hacia 5000 a. C. Lo mismo ocurre con el Abrigo de Santa Marta en Chiapas. 





Las cuevas también han sido un lugar de refugio. Por ejemplo, Mercer cita que la gruta de Calcehtok sirvió para tal fin durante la Guerra de Castas.

Extracción de materias primas         

Las Grutas de Loltún fueron usadas principalmente para explotar los yacimientos de arcilla y material pétreo con el fin de elaborar cerámica y lítica pulida. De igual forma, numerosas cuevas someras del Valle de Teotihuacan fueron sitios de extracción de toba y tezontle, materiales que formaron el núcleo de las estructuras y muros.     

Es frecuente que la cueva sea recipiente de manantiales o ríos subterráneos. De ahí que las poblaciones prehispánicas acudiesen a ellas para proveerse del líquido que, en el caso del área maya, llegó a considerarse “agua virgen” (zuhuy há) para rituales.             

Para el caso de Teotihuacan, los túneles y cuevas fueron excavados para extraer tezontle, un material piroclástico de origen volcánico, poroso y ligero, que fue la base de la construcción de la ciudad.

Un lugar de culto         

En el México prehispánico, las oquedades naturales (túneles, abrigos rocosos, cuevas) estuvieron íntimamente ligados a la religión y a la mitología. Varios mitos refieren la creación del Sol y de la Luna haciéndolos surgir de una cueva. En otros, la humanidad completa o ciertos grupos (por ejemplo, las siete tribus de Chicomóztoc) emergieron del interior de la tierra. Los alimentos mismos fueron obtenidos del mundo subterráneo cuando Quetzalcóatl robó el maíz a las hormigas.


Diversas representaciones de Chicomóztoc —lugar de origen— en los códices mexicanos (a. Códice Selden, b. Códice Antonio de León, c. Historia Tolteca-Chichimeca) (redibujados y simplificados de Heyden 1975: 136-137).

Las cuevas fueron lugares de culto, desde el Formativo hasta el Posclásico (2200 a. C. - 1500 d. C). En las faldas del volcán Iztaccíhuatl que bordea la Cuenca de México por el Este, Carlos Navarrete exploró la Cueva de Calucan. De su estudio se concluye que el sitio tuvo un carácter religioso, relacionado con el culto al Dios Tláloc de la lluvia y agua. Se obtuvieron materiales formativos, clásicos y posclásicos, lo que implica una muy larga tradición religiosa. Actualmente en el interior de la cueva hay un pequeño manantial junto al cual se han hallado sahumerios.

En Totemihuacan, Puebla, existe un templo del Preclásico tardío (200 a. C.) con un túnel artificial y un receptáculo para agua, decorado con ranas. Esto evoca quizá un culto al agua con dioses batracios, que pudo haber precedido el culto a Tláloc en el Centro de México. Por su parte Francisco de Burgoa, cronista de Oaxaca, señala que los dioses prehispánicos que controlaban agua, semillas y frutos vivían en cuevas.

Las cuevas servían para hacer culto al Dios Jaguar, desde tiempos olmecas hasta el Clásico maya, particularmente en la región sur del área, y a Tláloc, deidades de la lluvia y del agua corriente. En numerosas cuevas, como Balankanché en Yucatán y Calucan, estado de México, se han hallado vasijas Tláloc, ollas, cántaros, vasijas y metates miniatura relacionados a este culto. Muchas cuevas eran sitios de petición de lluvia y buenas cosechas.



El culto a Quetzalcóatl es documentado por Du Solier en Ecatepec. Del culto al Dios Sol se han hallado testimonios en la cueva de los Andasolos, Chiapas, del Clásico tardío (650-900 d. C). La descripción que hacen Navarrete y Martínez de ella, presenta la figura del sol rodeada de tierra, agua y vegetación. Aparece también la figura de un individuo que emerge de las fauces abiertas de una serpiente. Probablemente se trate del sol del inframundo.

Un recinto funerario y ritual

Los ritos funerarios dentro de las cuevas fueron comunes particularmente en la Mixteca, pues en ellas se enterraba a los señores. Sin embargo, Brady y Stone mencionan la posibilidad de que cuevas como Naj Tunich, en Guatemala, pudiesen haber sido sitios de enterramiento para miembros de la realeza maya. Esto podría también ser válido para las cuevas usadas ritualmente en el Centro de México.

Mary Pohl, citando al Obispo Núñez de Vega, señala que los huesos de los fundadores de linajes que introdujeron el calendario maya eran guardados en cuevas. La gente los veneraba ofrendándoles flores y copal. Pohl afirma que hay varios centros mayas que tienen conexión ceremonial con cuevas; entre ellos cita a la Tumba del Gran Sacerdote en Chichén Itzá, que es un templo construido sobre una cueva. La investigadora menciona también que el rito cuch era efectuado por los gobernantes mayas al ascender al trono, para renovar la energía de su linaje; la parte más sagrada del rito se hacía en la cueva, a la que el gobernante descendía para recibir las profecías de los dioses. Por su parte, Zapata señala que las cuevas mayas también servían de recipientes de objetos sagrados desechados ceremonialmente, además de ser sitios de autosacrificio y sacrificios.


Glifo de Teotihuacan en el Códice Xólotl (redibujado de Heyden, 1981). Se observan las dos pirámides principales sobre una cueva con un personaje dentro.

Entre otros pueblos de Mesoamérica, pero también del área Andina, existía la idea de que sus antepasados habían surgido de cuevas. Mixtecos, zapotecos, tzeltales y otomíes compartían esta idea, y algunos enterraban a sus nobles en cuevas. La idea de Chicomóztoc como lugar de origen, tiene paralelismo con la creencia. Aquí, quizá el elemento que domina es la idea de la cueva como vientre de la Tierra.

También entre los zuñi se cree que los gemelos creados por el Padre Cielo y la Madre Tierra descendieron a una cueva para guiar a los ancestros de los zuñi en su emergencia a la luz.

Un observatorio astronómico         

Un ejemplo destacado de este uso es el observatorio de Xochicalco (“Cueva de los Amates”); allí, a mediados de mayo se puede ver penetrar el sol cenital en línea recta por el agujero principal. En Teotihuacan contamos con un ejemplo parecido: la “cueva astronómica” que yace detrás de la Pirámide del Sol (a 250 metros al sureste), sobre el circuito empedrado que rodea a la malla. Esta cueva fue excavada y estudiada por Enrique Soruco; su forma es semejante a un botellón y tiene 4.20 metros de altura. El acceso, de menos de un metro de diámetro, fue tallado en la roca. En su interior se halló un altar con una lápida de basalto por la cual se observa la entrada perpendicular del sol. A su alrededor encontraron numerosas ofrendas de ollas, cajetes, miniaturas, vasos, una figurilla de Xipe Tótec, tiestos de la Costa del Golfo y veinte navajillas prismáticas. Según el informe paleobotánico, a cargo de Lauro González Quintero, las ofrendas consistían de pigmentos rojos y verdes, húmeros de ranas, amaranto , chile, tomate, quelites, nopal y maíz, además de carbón bañado con resina de copal.

Entrada al inframundo     

El área maya         

Los mayas del siglo XVI hablan de un sitio subterráneo denominado Mitnal o Xibalbá. Tanto en Landa, como en Las Casas y el Popol Vuh, se menciona esta región a la cual Sotelo Santos dedicó un apartado de su libro. Los mayas pensaban que la entrada a este plano inferior se encontraba en Carchá, cercano a Cobá, en el Departamento de la Alta Verapaz de Guatemala. El descenso a Xibalbá está sembrado de dificultades: escaleras muy inclinadas, un río de fuerte corriente entre dos barrancos, un lugar de cruce de cuatro caminos, de los cuales el negro conduce a Xibalbá. Posteriormente se encuentra una Sala del Consejo de los Señores, un jardín de flores y aves, la casa del juez supremo, el juego de pelota, un árbol, un encinal, un barranco, una fuente de donde brota un río y seis casas de donde surgen tormentos y muerte. Según Sotelo, en el pensamiento maya “… el Xibalbá y el Mitnal se encuentran en la parte más baja del inframundo, no forman todo el mundo subterráneo”.

Es interesante observar que el inframundo mixteco descrito en el Códice Colombino-Bécker en torno al viaje de 8 Venado hacia la morada de 1 Muerte es semejante al maya: se inicia en una cancha de juego de pelota; para acceder a él se cruzan aguas turbulentas, un cerro encorvado, un edificio en llamas, y además pelea contra seres de cabezas grotescas.

Debemos recordar que para los mayas, las canchas del juego de pelota mismas se abrían hacia el otro mundo. Citando a Freidel, Schele y Parker, diríamos que la cancha no sólo era un lugar de sacrificio, sino un portal de entrada al tiempo y espacio de la última creación. “Ayala asoció un agujero bajo el pasillo central del juego de pelota de Toniná con una representación consistente de dicho agujero en juegos de pelota de los códices de los grupos Mixteco y Borgia. En estas fuentes, el juego de pelota está también representado como una entrada al Otro Mundo, que jugó un papel crucial en la mitología de orígenes y creación”. 

Hellmuth señala que el inframundo maya es acuoso, pues ciertas divinidades antropomorfas deben sufrir metamorfosis reptilianas en su viaje al inframundo. Esta idea también aparece en el arte maya del Clásico temprano (200 d. C). La presencia de peces, plantas acuáticas, cormoranes, tortugas y ranas sugieren que la capa serpentina es agua clara y de flujo lento por la presencia de lirios acuáticos. La presencia de peces exóticos podría hacer pensar que los mayas estaban concibiendo el inframundo como agua de mar.   

En fechas recientes, Brady y Bonor han hecho trabajo de campo en cuevas del área maya, incorporando estos datos al estudio de la geografía sagrada de la región. Siguiendo a Eliade, señalan que la fundación de las ciudades antiguas repite la creación del mundo, y éstas son, por ende, copias del cosmos. La pirámide principal representa la montaña sagrada y el axis mundi, el lugar donde es posible la conexión entre los tres niveles verticales del universo: el cielo, la tierra y el inframundo. Generalmente estos centros están relacionados con tierras, cuevas, rocas, montañas o manantiales.


Vista de los túneles de Teotihuacan, atrás de la Pirámide del Sol, excavado por Linda Manzanilla (Cueva de las Varillas).

Debemos recordar que algunas cuevas del área maya —como sería aquélla bajo Kinich Kakmó en Izamal o el Satunsat de Oxkintok— comienzan en minas de sascab, un material usado para formar morteros de construcción y estucos. Este hecho será relevante cuando abordemos el caso de Teotihuacan.

Los nahuas

Son tres los conceptos relacionados con el inframundo entre los nahuas: el Mictlan, el Tlillan y el Tlalocan. En relación al Mictlan, los nahuas pensaban que yacía al norte y estaba guardado por Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl. En la mitología nahua existía, según Broda, el concepto de que el sol entraba al Mictlan durante el primer mes de pasaje cenital del sol, es decir, Tóxcatl (a mediados de mayo), mes que anuncia las lluvias. De ahí que los observatorios como la chimenea del Edificio P de Monte Albán, el observatorio de Xochicalco y la cueva astronómica de Teotihuacan sirvan para ubicar estos pasos cenitales. 

El Mictlan está descrito por Sahagún como un sitio “… en medio de dos sierras que están encontrándose una con otra”. Al difunto le decían que debía pasar por “… el camino donde está una culebra guardando el camino”, por donde está la lagartija verde, por ocho páramos, por ocho collados y donde estaba el viento de navajas. El muerto debía llevar consigo un perro de color bermejo para pasar el río de la muerte (denominado Chiconahuapan).


Entierro 5, adulto sedente, en la Cueva de las Varillas.

Los popolucas conciben al inframundo como una región con pasajes peligrosos y en la que existen dos caminos: el de la derecha es estrecho, malo, con escombro y ascendente hacia el cielo; el de la izquierda es amplio, liso, limpio y desciende suavemente al infierno. Junto a la entrada al Más Allá hay un árbol de cacao, y el alma del difunto puede pasar sólo cuando los vivos hayan brindado con chocolate. Para los totonacos, bajo la tierra está el reino de los muertos, donde viven el Dios del Fuego y el Dios de los Muertos.

El Tlillan es una cueva artificial donde la diosa Cihuacóatl presidía sobre pequeños ídolos llamados tecuacuiltin. Su sacerdocio estaba también dedicado al culto a Huitzilopochtli. Cihuacóatl es la patrona del sur de la Cuenca de México, y según Broda, es una vieja diosa de la tierra, esposa de Tláloc.

De acuerdo con Anderson, el Tlalocan era concebido de muchas maneras entre los pueblos nahuas. Según el Códice Florentino, era un lugar de riqueza, donde no había sufrimiento ni faltaba el maíz, la calabaza, el amaranto, el chile y las flores. En la “Plegaria a Tláloc” del Códice Florentino, traducida por Sullivan, se dice que los mantenimientos no han desaparecido, sino que los dioses los han escondido en el Tlalocan. Pero también era un lugar de belleza donde cantan aves de bellos plumajes, encima de pirámides de jade (existen varios ejemplos de poesía náhuatl con estos temas), una construcción de cuatro cuartos alrededor de un patio, con cuatro tinas de agua. Una de ellas era buena y las otras tres traían heladas, esterilidad y sequía. Durán menciona que este Tlalocan fue representado en el Monte Tláloc como un recinto amurallado con un patio y una figura de Tláloc alrededor de la cual se dispusieron otras más pequeñas, representando a los montes más pequeños. Sahagún señalaba que la montaña es un disfraz, ya que es como una vasija llena de agua.


Ejemplos de figurillas prehispánicas de varias épocas halladas en los túneles de Teotihuacan.

Una cuarta idea es la que Durán y Tezozómoc señalan: el Tlalocan se puede equiparar con el Cincalco. Se entraba a él por una caverna. Del Códice Florentino, Sullivan traduce una “Plegaria a Tláloc” en la que al final se dice: “Y ustedes que habitan los cuatro cuadrantes del universo, ustedes Señores del Verdor, ustedes los Proveedores, ustedes los Señores de las Cimas Montañosas, ustedes, Señores de las Profundidades Cavernosas”.

A este respecto, existen dos estudios etnográficos de grupos de habla náhuatl en la Sierra de Puebla que versan sobre el Tlalocan; fueron escritos por María Elena Aramoni y Tim Knab. Aramoni habla de las cuevas como la entrada a este inframundo, y sus informantes señalan que Tamoanchan es la parte más profunda del Talokan. Dice ella: “Más allá de las puertas del inframundo, en las profundidades, hay un mundo esplendente. Allí reside el milagro de la fertilidad…”. “En el Talokan se encuentran, además, los seres humanos que vendrán al mundo, así como todas las especies de animales…”. “Las semillas, plantas y demás sustentos del hombre se piensa que brotan en el Talokan... De Talokan surge también todo poder, dinero y riqueza; la cual se encuentra concentrada en el Corazón del Cerro, el Tepeyólot o “tesoro del cerro”. Los nahuas de Cuetzalan hablan de tres caminos como destino ulterior del hombre: “uno con Dios (cielo); otro por debajo de la tierra (Talokan) y otro por las cuevas, que es el camino del diablo, es decir, el Miktan o infierno”.         

En su reciente estudio sobre los grupos de habla náhuatl de la Sierra de Puebla, Tim Knab describe la geografía del inframundo, o Talocan, concebida por los moradores de San Miguel Tzinacapan. Las cuevas son entradas al inframundo; éste posee todas las características de la superficie del mundo: montañas, ríos, lagos, cascadas, pero no tiene plantas. Existe un gran árbol de tierra en el centro del inframundo, sobre el cual se apoya la tierra.

El Talocan es un mundo de oscuridad; no hay luz, día ni sol. Tiene cuatro entradas, de las cuales la del oriente y el occidente son entradas y salidas para el sol en su viaje por el inframundo. Debajo de la plaza de San Miguel hay una cueva, que es la residencia de Táloc melaw, Señor del Inframundo; la posición de la iglesia y la presidencia municipal no son azarosas; y también en la parte central de la plaza existe un pozo de donde sale una corriente de agua que se dirige a la cueva. Esta última, denominada “la iglesia del Talocan” ha sido equiparada con la cámara tetralobulada debajo de la Pirámide del Sol de Teotihuacan.

En el inframundo, la entrada del norte se llama mictalli o miquitalan, y está representada por una “cueva de los vientos” y el acceso al mundo de los muertos. Los dueños de esta porción son el Señor de los Vientos y el Señor de la Muerte, que viven en grandes cuevas. La entrada del sur se llama atotonican y es un lugar de calor. El punto focal es un manantial de agua hirviendo que produce vapor y nubes. Este manantial se encuentra al fondo de una cueva. El acceso del oriente es apan, un gran lago en el inframundo que se une con el mar. En medio del lago viven los Señores del Agua. La entrada del occidente está en un sitio denominado tonalan, en el que hay una montaña donde se detiene el sol en su viaje. El portal del inframundo del oeste está encima de la montaña que captura al sol y sólo se puede pasar después de medianoche. 

Un hecho que llamó nuestra atención es que de las cuatro entradas, dos son topónimos cercanos al Valle de Teotihuacan, que tiene la cuenca lacustre de Apan al Este (paralela al lago del inframundo que se llama apan también en el mito) y el monte Tonalan al oeste (paralelo a la montaña tonalan del Oeste en el mito).             

Por otra parte, es bien sabido que Teotihuacan tiene manantiales al suroeste, por lo cual también habría un paralelismo a este respecto. En relación con el acceso al norte, es decir la cueva del viento, nos vino a la mente un relato que publica Tobriner respecto de una barranca en la porción noreste del Cerro Gordo, con una cueva que tenía sonido de agua. En un mapa de 1580 se marca esta quebrada con el ruido, en la porción sureste del cerro. Tobriner incluso propone que la Avenida de los Muertos de Teotihuacan fue construida apuntando al Cerro Gordo, por la asociación de la montaña con el Dios del Agua. La distribución geográfica de estos cuatro elementos en Teotihuacan sigue el patrón noreste, noroeste, suroeste y este, quizá guardando simetría con el eje teotihuacano de 15.5 grados azimuth.

Es probable que el mito de los grupos de habla náhuatl de la Sierra de Puebla haya sido copiado de un esquema proveniente del Valle de Teotihuacan y de su geografía sagrada, pero también es probable que tanto uno como la otra estén sujetos a un arquetipo mesoamericano del inframundo.           

Desde 1987, bajo mi dirección, un equipo interdisciplinario del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM ha hecho estudios geofísicos, geográficos, geológicos y arqueológicos en los túneles que pasan bajo la antigua ciudad de Teotihuacan. De las tres cuevas excavadas hasta ahora, y que fueron originalmente zonas de extracción de materiales constructivos a principios de la Era Cristiana, una contuvo contextos arqueológicos funerarios tanto de adultos sedentes como de niños recién nacidos, así como 13 fondos de probables silos. Así, hemos interpretado los contextos funerarios de adultos en relación a la idea del inframundo como mundo de los muertos; los siete entierros de niños recién nacidos como parte de un rito a Tláloc, según la tradición mesoamericana, precisamente bajo un agujero en el techo del cual seguramente en tiempos de lluvias caía un chorro imponente de agua; y los trece fondos de silos, algunos prácticamente a los pies de los entierros adultos, como parte de ritos de propiciación de fertilidad en el vientre de la tierra. Algunos ejemplos de fauna marina (tortugas, caudas de mantarraya, concha nácar) subrayan el aspecto acuoso de este Tlalocan.

El túnel bajo la Pirámide del Sol podría ser parte de un sistema de túneles excavados por los teotihuacanos para construir la ciudad sagrada con material del inframundo, parodiando la creación del hombre con los huesos molidos de los antepasados robados por Quetzalcóatl del inframundo de Mictlantecuhtli. Teotihuacan sería, pues, el modelo más perfecto del cosmos mesoamericano, con un plano celestial representado por las cimas de los templos y el cielo mismo; un plano terrestre dividido en los cuatro rumbos del universo, con la intersección de la Calzada de los Muertos y la Avenida Este-Oeste; y un inframundo constituido por los túneles bajo la ciudad.               

Hacia fines de la era teotihuacana, otro sitio heredero de la tradición —Xochicalco— parece haber contemplado una creación similar, extrayendo la caliza de revestimiento de las numerosas cuevas en el cerro. Y, por último, varias fuentes coinciden en que el lugar de la fundación de México-Tenochtitlan se hallaba en un carrizal donde manaba agua dulce. Algunos hablan de que el o los manantiales fluían de peñas y cuevas. Era el lugar donde había sido tirado el corazón de Copil (sobrino de Huitzilopochtli). 

Durán menciona que hallaron un ojo de agua hermosísimo al pie del cual crecía una sabina blanca. Tovar añade que el agua manaba clara entre dos peñas, pero que otro día se tornaría bermeja, casi como sangre, y que se dividía en dos arroyos, del segundo salía agua azul. Tezozómoc señala que en el lugar del ahuehuete blanco también crecían una caña y un junco blancos, además de que salían ranas, peces y culebras de agua blancos. Había una cueva por el oriente llamada Tleatl (“agua de fuego”), Atlatlayan (“lugar del agua abrasada”), y otro escondrijo o cueva por el norte llamado Matlálatl (“agua azul oscuro”), Tozpálatl (“agua color de papagayo”: agua amarilla). En nuestro trabajo hemos localizado varios de estos manantiales bajo la construcción de la actual Catedral, por lo que el escenario de la fundación de Tenochtitlan se torna presente.

Agradecimientos

El proyecto “Estudio de túneles y cuevas en Teotihuacan. Arqueología y geohidrología” ha sido posible gracias al financiamiento del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (proyecto H9106-060) y del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, así como al permiso del Consejo de Arqueología del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Agradecernos a Fernando Botas y César Fernández por los dibujos.

MURCIÉLAGOS Y CUEVAS EN EL MÉXICO PREHISPÁNICO
Los murciélagos tuvieron un papel importante en el México prehispánico, hay una gran cantidad de referencias e imágenes respecto al lugar que ocupaban en su panteón. Una leyenda nahua dice que los murciélagos son producto del semen de Quetzalcóatl derramado sobre una roca; también se les consideraba mensajeros de los dioses y se les asociaba con el oeste o con el signo casa. Estos animales se representaron en materiales cerámicos o líticos. Se hace mención a ellos en las fuentes escritas del siglo XVI, así como en códices tanto prehispánicos como del momento de la conquista.

En cuanto a los hallazgos arqueológicos podemos mencionar diferentes sitios, en particular Monte Albán, donde se localizaron varias urnas funerarias, en las cuales se representan cabezas del dios murciélago, o la famosa máscara, formada por un mosaico de 25 jades labrados, con ojos y colmillos de concha que se puede admirar en el Museo Nacional de Antropología.

Por sus costumbres nocturnas los murciélagos se hayan relacionados generalmente con el inframundo, es decir, con el lugar donde están las deidades de la noche y habitan los muertos, al cual el hombre común puede entrar, pero no regresar y sólo unos pocos elegidos pueden ir y volver con bien. Un claro ejemplo de esta concepción, lO tenemos en el Popol Vuh, en el capítulo dos del libro segundo, donde la cuarta casa del Xibalbá, era el Zotzi-ha, casa de los murciélagos, lugar donde fue decapitado Hunahpú, por Camazotz, en su lucha contra los señores de la noche.

Un modelo de la asociación de este animal con las cuevas lo tenemos en el Mapa Tlotzin, en la que se muestra el nacimiento del rey chichimeca Ixtlixochitl de la casa reinante de Texcoco, en la cueva del murciélago (ver figura).

Por último, está uno de los más claros ejemplos de esta relación en la zona maya, específicamente en el estado de Tabasco; pues en el Museo Carlos Pellicer de la ciudad de Villa Hermosa, se exhiben varias “urnas” hechas con la técnica llamada al pastillaje en las que representan murciélagos. Estas urnas fueron depositadas como ofrendas en las cuevas de la zona serrana de Tabasco.

    Edith Ortiz Díaz, Instituto de Investigaciones Antropológicas, Universidad Nacional Autónoma de México

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Referencias Bibliográficas

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Linda Manzanilla
Instituto de Investigaciones Antropológicas,
Universidad Nacional Autónoma de México.
 
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Manzanilla, Linda. 1994. Las cuevas en el mundo Mesoamericano. Ciencias, núm. 36, octubre-diciembre, pp. 59-66. [En línea].

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